Pienso que todas las Historias del Cine (y todas las historias de cine) deberían comenzar trazando la biografía de Henri Langlois. Sin Langlois no hubiesen existido Godard o Truffaut, Wenders o Jarmush. Pero tampoco hubiesen existido Murnau o Feuillade, Tod Browning o Abel Gance. Langlois dio vida a celuloide caduco. Supongo que un visionario también es aquél que sabe mirar al pasado, hacerlo presente. Langlois nos enseñó a mirar desde la sala de una cinemateca que nunca hemos pisado.
Si me dan a elegir entre Lumiere o Melies, yo lo tengo claro: yo quiero ser Langlois, pero sin sobrepeso.