sábado, 30 de agosto de 2008

La maleta perdida ( y VII)

por Juan Villoro

(Fotos inéditas de Gerda Taro, encontradas en la maleta)

El 6 de junio del 2007, Richard Whelan fue enterrado en Amawalk, 48 kilómetros al norte de Nueva York, junto al fotógrafo al que dedicó una monumental biografía, Robert Capa.

La cineasta Trisha Ziff le había enviado un correo electrónico que no llegó a leer, informándole de la recuperación de los negativos de Capa, Seymour y Taro. Ese capítulo ya no sería escrito por el hombre que narró la historia de los creadores de la agencia Magnum. En un texto del 2005, Whelan se refirió al trabajo detectivesco que significó distinguir las fotos de Taro de las de Capa. En su primer viaje a España, en 1936, ella usó una cámara Rolleiflex y él, una Leica. Sin embargo, en 1937 intercambiaron cámaras y firmaron su trabajo en equipo, pues tenían un sentido colectivo de la autoría.

RECUPERAR A GERDA TARO
Ahora, más de 3.000 negativos se someten a una revisión equivalente. El resultado contribuirá, sobre todo, a perfilar la trayectoria de Gerda Taro, quien empezó a fotografiar tres años antes de morir. Al contrario de Tina Modotti, que abandonó la cámara por la militancia, Taro pasó del proselitismo antifascista al compromiso de la mirada. La Guerra Civil española fue su tema absoluto. En este sentido, los negativos hallados en México representan un alto porcentaje de su producción.

Capa nunca se recuperó de la pérdida de Gerda, la mujer que lo ayudó a forjarse un nombre y un estilo. Enemigo de la posesión, no tuvo casa y pasó de una amante a otra sin encontrar un destino definido. En su última misión, en Vietnam, hablaba de casarse pero nadie le creía.

Una anécdota (probablemente apócrifa, como tantas de él) resume las búsquedas sin recompensa de Robert Capa. Una de sus amantes, Elaine Fisher, a quien él llamaba Pinky por su pelo rosáceo, le dijo que anhelaba la paz para volver a usar el perfume Arpège. Durante la liberación de París, Capa encontró un frasco de esa marca en una perfumería vandalizada. Se lo llevó a Pinky. En recompensa, ella se desnudó y pidió que la bañara con Arpège de la cabeza a los pies. Capa cumplió con pulso de fotógrafo de guerra, sólo para descubrir que el frasco de promoción ¡contenía agua! El hombre que subordinó el peligro al placer obtuvo como trofeo un arriesgado frasco de agua.

El 16 de mayo de 1954, John Morris, director de Magnum, se enteró de que Werner Bischof, uno de sus mejores fotógrafos, había muerto en Perú. Ese mismo día le dijeron que había muerto otro fotógrafo. La información venía de Hanoi. Pensó que se trataba de una confusión, pero confirmó que su amigo Capa había muerto, al pisar una mina.

El Gobierno norteamericano propuso enterrarlo en Arlington, donde reposan los caídos en la guerra, pero la madre de Capa dijo que su hijo era un pacifista. John Morris, que es cuáquero, dispuso que fuera enterrado en el cementerio de su comunidad en Amawalk.

El legado de Capa fue custodiado por su hermano Cornell. Para ello, fundó en 1974 el Instituto de Fotografía Contemporánea. A los 90 años, ya muy enfermo de párkinson, tuvo en sus manos los negativos recuperados en México. Philip Block, responsable de la escuela del ICP, almorzaba con Cornell una vez a la semana y recuerda con emoción el momento en que le entregó los negativos. El "santo grial de la fotografía", como lo describió Brian Wallis, director del ICP, había vuelto a casa.

Cornell murió el 23 de mayo del 2008 y fue enterrado junto a Robert Capa y Richard Whelan.

UN DESENLACE FELIZ
Las cajas encontradas en México muestran el trabajo de tres jóvenes fotógrafos que maduraron con la urgencia de la historia. Para Trisha Ziff, pieza esencial en la recuperación de los negativos, la aventura plantea preguntas decisivas: ¿Quién es el dueño de una imagen? ¿Quien la toma, el sujeto retratado, quien la revela, quien la contempla, quien la preserva, quien la da a conocer? "Todas las personas involucradas en la recuperación merecen crédito --comenta Block--: Emerico Weisz, que clasificó los negativos, el desconocido que los llevó a Vichy; el general Aguilar, que permitió que llegaran a México; Ben Tarver, que los tuvo en custodia; Trisha Ziff, que los llevó al ICP. Ha sido un viaje largo y misterioso, pero con un espléndido desenlace".

MÉXICO Y LA REPÚBLICA
Salvo México y la Unión Soviética, ningún país prestó ayuda al Gobierno de la República. En diciembre de 1936, Isidro Fabela, representante mexicano en la Conferencia Interamericana de Consolidación de la Paz, se opuso a la pasividad de Francia e Inglaterra: "Bajo los términos de 'No Intervención', determinadas naciones de Europa están realizando una política cuyo resultado inmediato ha sido el de restar a las autoridades constitucionales de España una ayuda a la que tienen derecho".

La persona que llevó la maleta al consulado mexicano en Vichy no se equivocó. En ese tiempo precario, la España democrática se llamaba México.

En el último número del periódico publicado a bordo del Sinaia, Pedro Garfias reflexionó sobre el país que dejaba y el que pronto vería: Qué hilo tan fino, qué delgado junco/ --de acero fiel--, nos une y nos separa,/ con España presente en el recuerdo,/ con México presente en la esperanza.

En el mismo viaje iba David Seymour. Muchas cosas se perdieron en la guerra, pero no la memoria.

Robert Capa no atrapó el perfume codiciado: atrapó la esencia del tiempo.

viernes, 29 de agosto de 2008

La maleta perdida (VI)

por Juan Villoro

Cornell Capa creó el Centro Internacional de Fotografía (ICP) para preservar la obra de su hermano Robert y de los fotógrafos que entienden la imagen como un acto de conciencia. Robert Capa sabía que el valor de su trabajo no estaba en las impresiones sino en los negativos. En compañía de Cartier-Bresson y David Seymour creó la agencia Magnum para preservar sus materiales y administrar sus derechos. No fue fácil crear un archivo con negativos cedidos a revistas de distintos países, en tiempos en los que había que cambiar de dirección y ciudadanía.

Como los demás judíos de Europa, Capa se sometió a las tribulaciones del éxodo. En octubre de 1939, después de su segunda cobertura de la Guerra Civil, se trasladó a Estados Unidos. Muchas veces, la conservación de su trabajo dependió del favor ajeno. Gerda Taro fue esencial para organizar los envíos de España; en París, el estupendo laboratorista Emerico Weisz se ocupaba del resto.

Las cajas encontradas en México tienen su caligrafía. Fue él quien ordenó los rollos. ¿Los entregó después al general Aguilar? No hay indicios al respecto. El laboratorista no estuvo en Vichy. Por otra parte, si sabía que el diplomático mexicano tenía ese acervo, ¿por qué no trató de recuperarlo? Weisz se exilió en México y no le hubiera sido difícil localizar a una figura pública. Por más deseo de negación que tuviera ante el pasado, resulta difícil que olvidara algo tan importante.

FOTÓGRAFOS EN MÉXICO
Seymour viajó a México en 1939, a bordo del Sinaia, que trasladaba refugiados españoles, y Capa en 1940, como reportero de Life. Seguramente los negativos llegaron a México después: Aguilar terminó su misión en Francia en 1942.

De acuerdo con lo que Cornell Capa dijo a la revista francesa Photo en 1979, su hermano le confió los negativos a un amigo que, en camino a Marsella, se los dio a un excombatiente de la Guerra Civil y este los depositó en un consulado latinoamericano.

¿Quiénes fueron esos mensajeros? Solo sabemos que se trataba de gente comprometida con la República. Más que salvar fotos de artistas, se buscaba preservar un testimonio. Hablé al respecto con Philip Block, director de la escuela del ICP. En su opinión, "las cajas forman parte de un proyecto específico: es un material organizado en torno a la Guerra Civil; tal vez pensaban hacer un libro; de lo contrario, no se explica que se buscara salvar esas fotos y no otras".

Los más de 3.000 negativos ofrecían un nítido discurso: "Las fotografías fueron tomadas en un tiempo en que el conflicto era puro, en que se podía tomar partido sin reticencias --comenta Block-- y en que las fotografías podían marcar una diferencia". Nada más lógico que el invisible mensajero buscara el apoyo de México, que brindó irrestricta ayuda a la República.

Los negativos viajaron como un mensaje hacia el futuro. Cornell Capa nunca perdió interés en recuperarlos, pero en 1975, el asunto adquirió mayor urgencia. Philip Knightley había publicado The First Casualty, donde denuncia que la más célebre fotografía de Capa (Muerte de un miliciano) es un montaje.

El 16 de marzo de 1979 ocurrió una recuperación que no modificó gran cosa lo que se sabía. El Gobierno sueco entregó a la cancillería española una maleta que contenía documentos de Juan Negrín, presidente del Consejo de Ministros de la República, y 97 fotografías de Capa, cuatro de ellas desconocidas. La maleta había estado en el consulado sueco en Vichy, donde el poder y la historia fueron provisionales. La maleta que fue a dar a México tardó más tiempo en ser hallada. Los especialistas esperaban encontrar ahí la secuencia de La muerte de un miliciano. ¿Qué tan importante era el tema?

¿ACTUADA O REAL?
Para reflejar el drama de la Guerra Civil, Capa y Taro publicaron el libro Death in the Making, donde la aniquilación es captada en el momento en que sucede; el fotógrafo no llega después: es uno con su tema. Célebres fotos de guerra han sido actuadas (las banderas en el techo del Reichstag o en Iwo Jima fueron colocadas varias veces en beneficio de las cámaras). Eso no disminuye su impacto. Sin embargo, para Capa la proximidad era una moral. El testigo estaba dispuesto a morir sin más armamento que su cámara.

Las cajas encontradas en México tienen distintos colores: rojo, crema y verde. La roja contiene numerosas imágenes atribuibles a Capa. Cuando Ben Tarver analizó los rollos, advirtió que algunos estaban en casilleros que no les correspondían y volvió a ponerlos en su sitio, siguiendo el orden asignado por Weisz. Pero el segundo rollo no estaba ahí. ¿Se trataba de la secuencia del miliciano? ¿Por qué desapareció?

"Tal vez Capa le regaló los negativos a los impresores", comenta Block. Tarver ofrece una teoría que resume los avatares del fotoperiodismo: la fotografía del miliciano es a un tiempo falsa y verdadera. Su hipótesis es la siguiente: Capa pensaba en la forma de atrapar la acción en máxima cercanía y se dirigió a un descampado para ensayar tomas con el miliciano. Tenía la cámara lista cuando una bala perdida alcanzó a su objetivo. Solo eso explica la sincronía de los dos disparos, el del rifle enemigo y el de la cámara.

La muerte de un miliciano es el Rashomon de la fotografía. Acaso la clave esté en el rollo número 2, tan esquivo como el mensajero que llevó la maleta a Vichy.

jueves, 28 de agosto de 2008

La maleta perdida (V)

por Juan Villoro

Un curioso paralelismo marcó las vidas de Robert Capa y el general Francisco Aguilar González. Ambos fueron enamorados del riesgo, mostraron valentía en el frente de batalla, aprovecharon los pliegues de la fortuna para conquistar mujeres y acercarse a protagonistas de la historia. Seductores poco afectos a la veracidad, apostaron con dinero ajeno (Capa solía jugarse los ingresos de la agencia Magnum y Aguilar usaba sus prebendas diplomáticas para traficar en el mercado negro). Los dos se inventaron a sí mismos (el húngaro Endre Friedmann se convirtió en Capa y el muchacho surgido de las filas de Pancho Villa se transfiguró en el embajador que aprovechó la diplomacia como un disfraz).

Pero las semejanzas se detienen ahí. Capa redefinió la noción de fotoperiodismo y fue fiel a la más citada de sus convicciones ("si la foto falla, es que no estás suficientemente cerca"), hasta perder la vida en Vietnam, poco después de cumplir 40 años. Su legado atañe no solo a la estética sino a la moral: un demoledor alegato contra la guerra y sus desastres. Por el contrario, la trayectoria del general está en entredicho.

UNA HISTORIA TURBIA
Al menos en dos ocasiones fue cesado, una de ellas en Vichy, donde se encargó de evacuar a los republicanos españoles que Francia mantenía en campos de concentración. En esos días revueltos, el Gobierno de Vichy atendía en las habitaciones de los hoteles y los funcionarios dormían en los pasillos. De enero de 1941 a junio de 1942, Aguilar ayudó a miles de emigrantes; sin embargo, su conducta no fue tan intachable como la del célebre Gilberto Bosques, cónsul mexicano en Marsella.

Por principio de cuentas, Aguilar peleó con Indalecio Prieto, quien estaba a cargo de la Junta de Asilados Republicanos Españoles (JARE). La evacuación de españoles se acordaba entre la JARE y el Gobierno de México. Prieto deseaba controlar las principales tres fuentes de ingreso de los republicanos (el dinero que llegaba de Moscú, los fondos oficiales llevados a México y el apoyo del general Cárdenas). La falta de unidad del Gobierno de la República se reproducía en el exilio y Prieto trataba de unificar las decisiones con un estilo que a muchos parecía autoritario.

DE DIPLOMÁTICO A FINANCIERO
Aguilar decidió actuar de espaldas a la JARE. Necesitaba autonomía para moverse en tiempos de alto riesgo y quizá la usó en exceso. Eligió otro banco suizo para recibir el dinero de apoyo a los refugiados y, probablemente, administró los fondos en su beneficio.

En su expediente encontré una carta de 1946 en la que aparece como principal accionista del Banco de Inversiones, SA.

¿Cómo pudo un diplomático alcanzar el rango de financiero? Tal vez del mismo modo en que, 13 años antes, logró comprar un avión siendo agregado militar. Ante las denuncias contra Aguilar, la cancillería tomó el partido de Indalecio Prieto y retiró a su embajador. Por otra parte, la evolución de la guerra ya hacía inviable esa legación. En defensa de Aguilar, se puede decir que en todos sus comunicados apoyó la causa republicana y tramitó cerca de 3.000 salvoconductos. Pero las acusaciones más graves en su contra no derivan del enriquecimiento ilícito, sino de la posible agenda secreta que llevó en esos años.

UN SUPUESTO AGENTE SECRETO NAZI
En Los nazis en México, Juan Alberto Cedillo lo describe como agente del Eje que organizó un cártel de droga para mantener ocupado al Ejército norteamericano en su frontera durante la segunda guerra mundial. La principal fuente consultada por Cedillo es el documento OP-16-F-7 de la Inteligencia Naval norteamericana, que he podido revisar.

De acuerdo con este informe, la fortuna del general provenía de su trabajo secreto para Japón y Alemania. ¿En verdad fue un villano digno de la saga de James Bond, capaz de organizar ejércitos, desviar submarinos e inundar Texas de heroína? Sabemos que también los espías escriben ficción y no pocas veces piden auxilio a la imaginación para justificar su sueldo.

El historiador Ricardo Pérez Monfort, experto en el nazismo en México, no ha encontrado rastros de Aguilar en los archivos nacionales vinculados con el tema. Otro historiador, Alejandro Rosas, juzga imposible que hubiera armado un cártel con efectivos del Ejército mexicano al margen del Gobierno. Por otra parte, el documento de Inteligencia Naval incurre en errores: afirma que el general estuvo destacado en Alemania (dato esencial para confirmar su cercanía con el Reich), pero lo cierto es que no vivió ahí. Le pregunté a Cedillo si consideraba que Aguilar podía haber sido nacionalsocialista por convicción. "En modo alguno; lo veo como un oportunista que aprovechaba la ocasión propicia sin pensar en la ideología", me respondió.
El libro de Cedillo abrió un importante fleco de la historia que debe ser contrastado con otras fuentes.

Hasta ahora, el único dato adicional en apoyo de esta versión es que Aguilar es mencionado en una lista de posibles colaboracionistas nazis de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) del Ejército de Estados Unidos, creada durante la segunda guerra mundial y predecesora de la CIA.

El cuarto oscuro de la historia aún no revela la auténtica naturaleza del hombre que llevó a México los negativos de Robert Capa, Gerda Taro y David Seymour.

miércoles, 27 de agosto de 2008

La maleta perdida (IV)

por Juan Villoro

El 15 de octubre de 1958, la cancillería mexicana recibió acusaciones contra su embajador en Argentina, el general Francisco Aguilar González. Ya otras veces el diplomático había sido sospechoso de contrabando. Durante sus estancias en Washington como agregado militar, en 1930 y 1933, fue acusado de vender whisky y amasar una fortuna que le permitió comprar su propio avión. Cuando estuvo al frente de la legación ante el Gobierno de Vichy, de 1941 a 1942, una funcionaria de la embajada mexicana en Ginebra lo acusó de tráfico de divisas.

LENCERÍA Y UN DUELO FRUSTRADO
El general sobrevivió a esos y otros alegatos hasta fines de 1958, cuando un avión llegó a Buenos Aires con un cargamento a su nombre que contenía suficiente lencería para vestir a varias generaciones de bailarinas del Teatro Colón. La ropa interior solicitada por el general costaba tres millones y medio de pesos argentinos.

Agustín Rodríguez Araya, diputado del Partido Radical del Pueblo, conocido por sus estentóreas arengas en el Congreso, habló de una conjura diplomática para debilitar a Argentina. Muy en su estilo, Aguilar retó a duelo al diputado argentino. Rodríguez Araya aceptó y propuso que se batieran en Uruguay, donde los duelos aún eran legales. El lance no llegó a realizarse porque el general hizo su desafío cuando ya se encontraba en México y no tenía el menor deseo de regresar a Argentina.

El general no volvió a ocupar cargos en el servicio exterior. Se instaló en la calle de Amsterdam de la ciudad de México, sitio idóneo para él. Esa calle tiene un trazo circular porque era la pista del antiguo hipódromo. Nada más lógico que ahí viviera un jinete que dependió de la fortuna.

LA CABALLERÍA DE MADERO
El general hizo buena parte de su carrera a caballo. La revolución mexicana lo sorprendió a los 17 años, en el Colegio Militar. Siguiendo a su hermano mayor, Jesús, se unió a las tropas de Francisco I. Madero, que era su primo, y luego luchó bajo los mandos de Venustiano Carranza y Pancho Villa.

Aguilar nació en Hidalgo pero creció en Monterrey, donde aprendió a montar. Aunque todos sus hermanos eran buenos jinetes, Francisco tenía algo especial. Si es posible definir a un hombre en clave ecuestre, del jinete Aguilar se puede decir que no se atenía al código olímpico y prefería suertes de su invención. Ben Tarver me mostró una película donde Aguilar salta montando de espaldas. Otro de sus lances consistía en bajar del caballo justo antes del salto y volver a subir un instante después.

Gracias a sus méritos de caballista, Aguilar salvó la vida en combate, destacó entre los agregados militares en Suecia (en 1922 se inscribió a la selecta escuela de equitación de Strömsholm), se hizo cargo del 25° regimiento de caballería en 1928 y cautivó al emperador Hiro Hito al domar un corcel reacio.

"Hay evidencia física del aprecio que le tenía el emperador --me dijo Benjamin Tarver--: en cada visita al palacio regalaban una taza de porcelana y la familia conserva ocho".

Las pasiones del jinete se extendieron a la aviación. Compró su primer aeroplano en sus tiempos de agregado en Washington. Sus buenas relaciones con los militares locales le permitieron guardarlo en un hangar de la Fuerza Aérea.

Cuando fue trasladado a Japón llevó allá su propia nave. La guerra civil española lo sorprendió en Tokio. El poeta Jorge Carrera Andrade, que fue cónsul de Ecuador en Yokohama, recuerda en su autobiografía que Aguilar despegó de Tokio en su aeroplano "para defender a la República", pero se estrelló a los pocos kilómetros. Esta escena, mezcla de Saint-Exupéry y Cantinflas, resume una vida de riesgo y picaresca.

UN NACIONALISTA
Por los informes conservados en la cancillería mexicana, queda claro que Aguilar era un hombre de inteligencia alerta, enorme curiosidad por otros países, habilidad para los idiomas y para relacionarse con gente muy diversa. Sus opiniones son de corte nacionalista, anticlericales, muy cercanas a la política del general Lázaro Cárdenas, quien lo encumbró en la diplomacia (él lo nombró jefe de misión de Japón y luego extendió sus facultades a China). Cuando Cárdenas expropió el petróleo, Aguilar puso en venta la casa que tenía en México y donó la mitad al fondo para indemnizar a las compañías petroleras.

Cuando se entrevistó con el ministro Pierre Laval, Aguilar fue de los primeros diplomáticos en criticar las simpatías nazis del Gobierno de Vichy. Al terminar su encomienda ahí, se detuvo en Nueva York. El 24 de julio de 1942 declaró a The New York Times que la República española había perdido la guerra por falta de apoyo de los gobiernos democráticos: "Ésa fue la primera derrota de los aliados y la primera victoria que prestigió al Eje". Al regresar a México escribió una serie de artículos en la revista Hoy donde hizo pública una propuesta que había formulado en despachos confidenciales a la cancillería: México debía apoyar a los aliados con medio millón de efectivos. Amigo de la ocasión propicia, el jinete Aguilar sirvió con eficacia a un Gobierno nacionalista, pero también se dejó tentar por la fortuna. ¿Qué apuestas determinaron su carrera? Retirado en la calle de Amsterdam, antigua pista del hipódromo, podía recordar las metas que atravesó. Y quizá, también, los misterios que le permitieron alcanzarlas

martes, 26 de agosto de 2008

La maleta perdida (III)

por Juan Villoro


Benjamin Tarver no quiso ser mencionado en el texto que publiqué en EL PERIÓDICO DE CATALUNYA, el 27 de enero del 2008. Sin embargo, poco después, su nombre fue citado en otros medios. Desde 1995 había estado en contacto con especialistas en Robert Capa, de modo que no era difícil rastrearlo.


Su deseo de rehuir los reflectores se reforzó con una noticia inesperada: la extraña reputación del general mexicano que llevó los negativos a México en los años 40. Tarver había recibido las cajas como un regalo de Graciela Aguilar, hija del general Francisco Javier Aguilar González. Graciela fue gran amiga de la madre de Tarver; era una tía de cariño, con la que no había lazos de parentesco. Ella sabía del interés de Ben por la imagen y le heredó los negativos.


EL EMBAJADOR

¿Por qué tenía Graciela Aguilar esos testimonios de la guerra civil? Su padre había sido embajador de México ante el Gobierno de Vichy y se hizo cargo de la evacuación de refugiados españoles. Según consta en el expediente 42-25-21 del Archivo Histórico de la Secretaría de Relaciones Exteriores, el 11 de agosto de 1942, al término de su comisión en Vichy, el general Aguilar pasó la aduana de Laredo, Texas, rumbo a México. Llevaba 20 bultos que, de acuerdo con la convención diplomática, no fueron revisados. ¿Los negativos estaban ahí?


Hasta aquí, el general aparece como héroe de la trama. Pero su vida tenía un costado oscuro. En octubre del 2007 comenzó a circular el libro Los nazis en México, de Juan Alberto Cedillo, donde Aguilar aparece como espía de Hitler, contrabandista y creador del primer cártel de droga en México. Cedillo estudió documentos desclasificados por la inteligencia naval norteamericana. Estos datos se prestaban para un titular de la prensa sensacionalista: El salvador de los negativos era negativo.


Sorprendido por estos informes, Benjamin Tarver reforzó su decisión de no hacer declaraciones. Le debía lealtad a la familia Aguilar y no podía opinar sobre denuncias que desconocía.


El 15 de febrero del 2008 aceptó verme sin grabadora ni libreta para tomar notas. Me citó en una cafetería frente a la embajada rusa. De nuevo el escenario fue emblemático. En los años 80, William Webster, director de la CIA, declaró que el espionaje tenía su principal sede en la Embajada Soviética de México. Aun sin esa declaración, la casona de postigos permanente cerrados suscita fantasías dignas de Drácula.


SALVACIÓN O DESPOJO

En voz baja y con frases pausadas, Tarver me contó que también él venía de una familia de militares. Su padre perteneció al Ejército norteamericano y pasó de una base a otra (Ben nació en Japón, en 1949). "Por convicción soy demócrata y espero que no se confirme que el general era antisemita", afirmó. Sería una amarga ironía que las fotos de tres artistas judíos fueran salvadas por un simpatizante del nazismo. Más que un acto de protección aquello significaría un despojo.


"Nunca oí que el general simpatizara con Hitler. Era un cardenista convencido y apoyaba a la República", agregó Tarver. En su opinión, no sería raro que el general hiciera negocios como tantos políticos de la época, pero no lo ve como criminal de guerra. Gestor eficaz y carismático, ocupó cargos en las embajadas de México ante Suecia, Italia, Estados Unidos, Japón, China, Francia (el Gobierno de Vichy), Portugal y Argentina. "No creo que tuviera una agenda política paralela: le interesaba la intriga por la intriga misma", sonrió Tarver.


Miembro del ejército revolucionario de Pancho Villa, Aguilar emerge como un aventurero que no se pierde conspiración alguna. "Cuando los villistas cayeron en desgracia, escapó a pie al sur de Estados Unidos; un hijo se le murió porque no pudo comprarle medicinas, pasó apuros muy grandes hasta que logró trabajar como taxista. Ya viejo, tenía una vitrina con condecoraciones; la que más orgullo le daba era su licencia de taxista, porque fue la que más esfuerzo le costó", explica Tarver.


Semanas después del encuentro frente a la embajada rusa, el custodio de los negativos aceptó recibirme en su casa. De manera apropiada, vive en avenida de la Revolución, en compañía de su mujer, varios gatos y un acuario. El tiempo se ha hecho cargo de la decoración: los inquilinos parecen haber vivido ahí desde siempre.

En un cuarto que da a la ruidosa avenida, está el armario donde Tarver guardó los negativos. Tuvo las cajas dentro de una bolsa del Seguro Social que aún conserva (sus libreros llenos de recuerdos informan que no es alguien que se deshaga con facilidad de las cosas).


EL ESPIONAJE

Tarver tenía preparada una sorpresa. Me mostró una película donde el general aparece en Madrid, durante o inmediatamente después de la guerra civil. Aguilar nunca estuvo destacado en España. ¿Qué hacía ante esos edificios devastados? Vimos tomas de un acorazado en un puerto ("no son imágenes turísticas; están pensadas para un informe político", dijo Ben). Aguilar aparecía con abrigo, sombrero borsalino, guantes negros. Ropas de agente doble en la guerra fría. "Los ejércitos viven espiándose unos a otros", escribió antes de cumplir 30 años, para justificar su cargo de agregado militar en Suecia.


La bolsa que contuvo las fotos reposaba sobre la cama. Mientras tanto, Aguilar sonreía en la pantalla. ¿Quién era el hombre que sacó de Europa los negativos de Robert Capa?

lunes, 25 de agosto de 2008

La maleta perdida (II)

por Juan Villoro


A mediados del 2007, Richard Whelan, biógrafo de Capa, y directivos del ICP (Centro Internacional de Fotografía) de Nueva York informaron a Trisha Ziff que los negativos de Gerda Taro, Robert Capa y David Seymour estaban en México. Ziff era la persona idónea para entender los motivos del ICP y los de Benjamin Tarver, quien custodiaba el material desde 1992. Su trabajo en el campo de la fotografía está acreditado por numerosas exposiciones, años como editora gráfica en el Independent de Londres y la película Chevolution, sobre la foto más reproducida de la historia (el Che retratado por Korda). Además, Trisha vive en México y conoce nuestra barroca cortesía, donde la palabra representa un compromiso provisional que debe ser ratificado por los dioses.

Tarver recibió los negativos como regalo de Graciela Aguilar, amiga de su madre. Durante tres años los guardó en un armario. En 1995 tomó un rollo y vio el rostro de Gerda Taro. ¿Quién era la hermosa mujer que interrogaba el tiempo con sus ojos? Esa imagen y la exposición de fotografías de la guerra civil que se presentó en México poco después lo convencieron de que las cajas contenían algo más valioso de lo que había supuesto.

Cuando Trisha entró en escena, habían pasado 12 años desde que Tarver mandó su primera carta a Estados Unidos para averiguar algo sobre las fotos. Durante ese tiempo, su relación con el ICP se había erosionado, y mientras más sabía al respecto, más difícil le resultaba actuar.

EL PESO DEL EXILIO
El ICP pidió a Trisha que intercediera. Quien conozca a esta promotora de cabello pelirrojo, amiga de Gerry Adams y entusiasta del arte que aún puede transgredir, sabe que vive para justificar la palabra determinación. Trisha pertenece al género de los exploradores que zarpan con una botella de champaña, seguros no solo de sobrevivir sino de llegar a la meta con ánimo celebratorio.

Este carácter depende de firmes convicciones. Una de ellas es la importancia del exilio. Desde que entró en contacto con el tema, Trisha vio los negativos como exiliados, el testimonio vivo de tres fotógrafos judíos muertos en acción. Taro cayó en España en 1939, Capa en Vietnam en 1954 y Seymour en Egipto en 1956. Para los tres, el fotoperiodismo fue una manera de documentar horrores que no debían repetirse, y la guerra civil significó para ellos una toma de partido. La fotografía comprometida a la que tantas veces aludirían sus seguidores, se forjó en ese tiempo. Taro llegó a la contienda con 26 años y Capa con 22. Al entrar en la casa de Trisha un cuadro llama la atención: un hombre corre, cargando una maleta. La emigración, los objetos que se empacan con urgencia, lo que se salva del naufragio, son temas decisivos para ella.

El ICP había encontrado a su enviada especial. Trisha me llamó a mediados del 2007 para hablar del tema. No sabía cómo localizar a Tarver, quien no aparecía en Google, ni en la guía telefónica. ¿Sería posible ubicarlo en una ciudad de 18 millones de habitantes y ganar su confianza?

Con la participación de Trisha, Whelan volvió a interesarse en los negativos faltantes. En el 2001 había publicado Capa: The Definitive Collection. ¿La obra estaría en verdad completa? Sus llamadas se volvieron más y más frecuentes, y de pronto ignoraron los horarios. A las cinco de la mañana, Trisha respondía que aún no tenía los negativos.

SIN INTERESES ECONÓMICOS
Desde un principio, ella evitó todo asunto monetario. No cobraría por la tarea ni le ofrecería dinero a Tarver. Su idea fija era recuperar los negativos y nada más. Cuando finalmente localizó al custodio del material, encontró a un hombre culto, que se había graduado en Historia en Estados Unidos y se dedicaba al cine. Tarver era alguien preocupado por el sentido moral de sus acciones (no quería beneficiarse con los negativos pero tampoco cometer un error con algo que consideraba patrimonio de la humanidad). Su interés en el tema se define en una frase: "No me interesa la propiedad de los negativos, me interesa su historia". Esto permitió llegar a una negociación: Tarver tendría los derechos para rodar un documental sobre los negativos y el ICP los integraría al acervo de Capa.

En diciembre del 2007 recibí un mail escueto: "Sherlock, tengo las cajas". Trisha actuaba como un detective que tenía la modestia de atribuir sus deducciones a un cómplice.

Vi el material en diciembre, antes de que Trisha lo llevara a Nueva York. La caja verde contenía fotos de Chim, entre ellas una larga secuencia de Federico García Lorca. En las otras cajas había imágenes del presidente Companys, la Pasionaria, el frente de Aragón. El resultado era mucho más significativo de lo que habíamos previsto.

SOLICITUD DE DISCRECIÓN
Trisha llevó el material a Nueva York y el 23 de enero nos reunimos con Tarver. "No quiero que mi nombre se asocie con esto", dijo con voz suave: "Lo importante son las fotos".Un gato saltó a su regazo.

Había demasiadas preguntas que hacerle pero él insistía en quedar fuera de la foto.

El gato ronroneaba en manos de Tarver. Recordé unos versos de José Emilio Pacheco: "Ven, gato, acércate / eres mi oportunidad de acariciar al tigre".

¿Podría acercarme a Benjamin Tarver?

domingo, 24 de agosto de 2008

La maleta perdida (I)

por Juan Villoro

La cineasta Trisha Ziff conduce al escritor hasta Benjamin Tarver, que posee las fotos perdidas

En la tarde del 23 de enero del 2008 el viento sopló en Ciudad de México con la fuerza de los presagios: los árboles se agitaron y los capitalinos desviamos la vista a las lámparas. Segundos después quedamos sumidos en la oscuridad.

El viento apaga el DF como un pastel de cumpleaños. Ese miércoles tenía previsto ir a casa de Trisha Ziff, cineasta y comisaria de exposiciones inglesa, que vive en México desde hace más de una década. El motivo de la reunión era hablar con Benjamin Tarver, quien había conservado más de 3.000 negativos de la guerra civil española tomados por Robert Capa, Gerda Taro y David Chim Seymour. ¿Quién era esa persona? ¿Por qué no había dado a conocer antes el material?

Curiosamente, también la primera noticia de la guerra civil llegó a México en la oscuridad. El 18 de julio de 1936 el DF estaba en penumbra por una huelga de la compañía de luz. Setenta y dos años después las sombras no se debían al proselitismo sino al deterioro. Tuve que adivinar mi camino en el barrio de Coyoacán. Pasé junto a la Casa Azul de Frida Kahlo, convertida en un bloque violáceo, y al fortín de León Trotsky, donde la hiedra era avivada por el viento. Recordé que la primera encomienda de Robert Capa fue retratar a Trotsky en Copenhague. La Historia parecía reclamar una segunda oportunidad en Coyoacán: las calles se extendían como un vacilante cuarto oscuro.

Benjamin Tarver vive en México desde los años 70, dedicado a apoyar a equipos de rodaje norteamericanos. En 1992 recibió una extraña herencia: tres cajas con negativos de fotógrafos que no conocía. Su madre, casada con un militar, tenía una espléndida amiga, también casada con un militar. En ese ambiente de soldados corría un niño interesado en las fotos. Poco antes de morir, Graciela Aguilar, la amiga de la madre, recordó las aficiones de Ben y le dejó tres cajas con negativos.

LAS DOS PUNTAS DE LA HISTORIA
Los expertos en Robert Capa sabían que una legendaria maleta con invaluables testimonios de la guerra civil se había perdido. ¿Cómo se unieron las dos puntas de la historia?

En 1995 Tarver vio en Ciudad de México una exposición de fotografías de la guerra civil organizada por el Queen's College de Estados Unidos. Las imágenes le recordaron algo que había visto al revisar los negativos en su casa, a la luz de un foco color naranja.
Escribió al Queen's College para informar que tenía en su poder un material parecido y envió contactos impresos por él mismo. En respuesta, le pidieron los negativos para cerciorarse de qué se trataba. Tarver desconfió de esta solicitud, pero no abandonó el tema. Poco después entró en contacto con Sarah Lowe, comisaria de exposiciones que identificó un rostro en uno de los pocos negativos que no tenían tema de guerra. Se trataba de un insólito testigo de la contienda: Gerda Taro, fotógrafa alemana muerta en la guerra civil.

Lowe vinculó a Tarver con Irme Schaber, biógrafa de Taro, quien a su vez lo puso en contacto con Cornell Capa, fundador del Instituto de Fotografía Contemporánea y hermano del fotógrafo. La trama prosperó de un modo positivo y negativo a la vez: cada nueva misiva acrecentaba la importancia del material y la responsabilidad de qué hacer con él. Los especialistas se preguntaban por qué Tarver tenía los negativos y qué quería a cambio. Aunque él nunca pidió dinero, la correspondencia adquirió un filo legalista. El tema se prestaba para una fábula: un hombre encuentra un objeto prodigioso en el sitio menos esperado y con el tiempo se convierte en esclavo de ese objeto.

DESPEJAR MALENTENDIDOS
Tal vez si Irme Schaber o Richard Whelan hubieran ido a México a hablar con Tarver el asunto habría cobrado otro giro. Llama la atención que algo que les interesaba tanto no motivara un viaje capaz de despejar malentendidos.

Las pistas de esta historia tenían un antecedente al que se le prestó poca atención. En 1979 Cornell Capa fue entrevistado por la revista francesa Photo y dijo algo que solo ahora ha adquirido fuerza: "En 1940, ante el avance de las tropas alemanas, mi hermano le dio a un amigo una maleta llena de documentos y negativos. En el camino a Marsella, esa persona le confió la maleta a un antiguo combatiente de la guerra civil, que la escondió en los sótanos de un consulado latinoamericano. La historia se detiene aquí. La maleta nunca fue encontrada, a pesar de varias búsquedas. Sin embargo, aún es posible un milagro".

EL LABORATORISTA
Cornell Capa sabía de los negativos. Es posible que su hermano preguntara por ellos cuando estuvo en México, justo en 1940. Emerico Weisz, laboratorista de Capa, vivió muchos años en México, casado con la pintora Leonora Carrington, y David Seymour, socio de Capa en la agencia Magnum, llegó al país como fotorreportero a bordo del barco Sinaia, que trasladaba refugiados de la guerra civil. Quizá todos ellos buscaron la maleta perdida y renunciaron a encontrarla.

"Aún es posible un milagro", dijo Cornell Capa en 1979. Veintinueve años después los negativos habían vuelto a la luz. El 23 de enero iba a conocer a Benjamin Tarver. La casa de Trisha Ziff estaba sumida en la penumbra. Golpeé la puerta, tan fuerte como pude.

"Hay velas y whisky", dijo Trisha, con la felicidad de quien tiene algo bueno que ofrecer en tiempos de posguerra.

sábado, 23 de agosto de 2008

De maletas

En el texto anterior utilicé la metáfora “paredes tapiadas” para designar todos aquellos espacios donde se guardan secretos, archivos, papeles, películas desconocidas, que enriquecerían enormemente nuestro presente, nuestra mirada. Pero me he dado cuenta de que la metáfora, aunque bonita, es desacertada. Debería haber utilizado “maletas perdidas”.

Fue en una maleta guardada en un armario y que los herederos del pintor Gutiérrez Solana decidieron por fin donar, donde aparecieron cientos de cuartillas escritas a mano que completan la obra literaria del artista. Además, los títulos de estas cuartillas (“La España negra”, “Viaje por España”, “París”) muestran claramente cuánto nos pueden enseñar del pasado.

Fue una maleta enterrada durante treinta años la custodia de las fotografías de Agustín Centelles, el mejor testimonio de nuestros feroces (y hermosos) años treinta, con guerra civil incluida.

Y también Robert Capa tenía una maleta, que por fin, se ha encontrado

Todavía no consigo explicarme el por qué no ha sido publicitado el hallazgo de 127 rollos fotográficos de Robert Capa y (lo que es mejor por lo precoz de su muerte) de su compañera Gerda Taro, todos ellos tomados durante la Guerra Civil de la que venimos todos. Para mí es una de las noticias más importante del siglo. Quizá exagere, pero me gusta pensar en toda la luz que esas fotos arrojarán sobre los que sufrieron la guerra y su derrota amarga.

Hace unas semanas, Juan Villoro publicó una serie de artículos en El Periódico, donde con un estilo literario muy bueno, explicaba la historia de la maleta, del hallazgo, de las pesquisas. Yo me he propuesto publicar esos artículos, a razón de uno al día, tal como fueron publicados (como en los antiguos folletines que tan huérfanos nos han dejado con su desaparición).

Y ahora ya sí que no hay excusa: abramos las maletas de la casa de la abuela. Quién sabe, a lo mejor aparece el maletín negro de Walter Benjamin.

domingo, 17 de agosto de 2008

Latas de Pathé-Baby


Ayer vi en el canal 33 un reportaje (bastante malo, bastante encorsetado) sobre el cineasta amateur Agustí Fabra, natural de Terrasa.

Agustí era uno de esos niños ricos de Cataluña a los que en los años treinta un fervor nacionalista le llevó al Centre Excursionista, para hacer viajes y conocer su país, sus rincones, sus costumbres. En el Centre Excursionista coincidió con otros niños ricos como Delmiro del Caralt, Llobet-Gracia o Felip Sages. No sabemos quién fue el primero en tener la idea, pero todos ellos se compraron una cámara Pathé-Baby y empezaron a hacer películas amateurs, algunos de un experimentalismo radical, otros de un documentalismo a medio camino entre el testimonio y la etnografía. Su labor no se quedó ahí, sino que bajo el patrocino del Centre editaron entre los años 1932 y 1936 la revista Cinema Amateur, con consejos prácticos.

Agustí siguió a sus compañeros, guiándose por la última corriente, la del folklorismo, y se paseó con su cámara por los pueblos de Cataluña grabando las Fiestas Mayores, los bailes regionales y típicos, las vestimentas tradicionales. Su objetivo era establecer una enciclopedia visual del folklore catalán (una noción que me parece adelantadísima a su época, un objetivo merecedor del rescate continuador) pero el estallido de la Guerra Civil truncó su proyecto. Agustí Fabra escondió sus latas de películas en una pared tapiada (lo que nos recuerda a las fotos de Marín, a la maleta de Centelles, también gritos elocuentes de nuestra historia reciente) y sólo desempolvó su cámara para hacer películas domésticas.

En el programa se veían fragmentos de sus películas, pocos, porque la narración daba más importancia a los testimonios de una historiadora y del sobrino del cineasta que a la obra de Fabra. Pero aún así lo que se veía era de una riqueza increíble, enorme, de una plasticidad, de una consciencia (y por qué no, de una conciencia) soberbia. En los fragmentos se veía claramente la intención de hacer una obra, de crear un discurso, visualmente. O sea, pretendía mostrar las costumbres catalanas y además, darnos su interpretación de las mismas. Fascinante.

No sé donde estarán esas latas (espero sinceramente que no estén en el despacho del sobrino, como aparecían en el reportaje), aunque supongo que la Filmoteca de la Generalitat se haya hecho con ellas. Porque esas cintas deben verse, deben formar parte del patrimonio cultural catalán al que quisieron servir. Es su destino.

Esto me ha hecho pensar en la cantidad de jóvenes de la incipiente burguesía española de los años veinte que se compraron una cámara de 9'5mm y empezaron a hacer películas. De esas latas muchas habrán desaparecido, en rastrillos y cubos de basura, pero quien sabe cuántas paredes tapiadas hay todavía. A diferencia del cine doméstico, esas películas tenían un pensamiento anterior (y posterior, en el montaje) lo que las convertía en obras personales, no en grabaciones casuales. Hay que luchar por recuperar ese pasado en el que vernos reflejados, para entendernos. Agustí Fabra es un tipo especial, pero no es el único, ni seguramente el mejor. Es especial porque nos ha llegado.


martes, 5 de agosto de 2008

Celuloide colectivo -o colectivizado

Un documental recogerá la socialización del cine durante la Guerra Civil

'Celuloide colectivo' empezará a rodarse el 18 de agosto en Valencia y testimoniará la socialización del cine en la producción, distribución y exhibición

El documental Celuloide Colectivo. Cine en Guerra, dirigida por Oscar Martín y que empezará a rodarse en Valencia el próximo 18 de agosto, resucita la época en la que el cine convivió con la Guerra Civil española y profundiza en las socializaciones que marcaron la producción, distribución y exhibición de películas. El productor de la cinta, Ramiro Acero, ha adelantado que el documental mezclará pequeños extractos de un total de 41 películas rodadas en la época con entrevistas realizadas a algunos protagonistas, expertos e historiadores, conducido por la voz de Susana Merino.

"La idea surge del propio Oscar Martín. Nos propuso revivir esa época única, puesto que el cine en la Guerra Civil estaba muy socializado por sindicatos como la Unión General de Trabajadores (UGT) o la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), vimos que había una historia muy importante y absolutamente desconocida y decidimos embarcarnos en ella", señala Acero. El rodaje durará dos meses y comenzará en Valencia, donde entrevistarán al director de Fotografía Juan Mariné, pero también se rodará en Madrid, Barcelona, Aragón y Perpignan (Francia), donde recogerán testimonios de personajes anónimos que fueron militantes de izquierdas.

Ramiro Acero ha explicado que para la producción de esta cinta han contado con la presencia de "grandes conocedores de la historia del cine y la época, por eso se convierte en un documento único y de gran valor". Nombres como Noam Chomsky, Ken Loach, Juan Luis Buñuel, Basilio Martín Patino, Luis García Berlanga o Colette Durruti, hija del desaparecido anarquista español Buenaventura Durruti, son algunos de los entrevistados en este documental, que también cuenta con la colaboración de Enma Cohen, que hablará en voz de Fernando Fernán Gómez.

Ramiro Acero cuenta que el espectador se situará al comienzo del documental en plena Guerra Civil y conocerá la historia de algunos personajes del mundo del celuloide, como el caso de Mariné, que comenzó con 16 años siendo ayudante de director, o Fernán Gómez, formado en una escuela de la CNT donde compatibilizaba su profesión de actor teatral. El recorrido histórico llegará hasta la desaparición de los cines en aquellos años y la modificación de las formulas de producción junto al cambio de territorios para escribir los guiones cinematogrficos.

Acero, de la productora "Nadie es perfecto", explica que muchas de las películas que utilizarán en el documental son inéditas, propagandísticas, otras de ficción y superproducciones con tendencias alemanas, algunas de ellas son Alas Negras, La toma de Teruel o ¡Criminales!. El Ministerio de Cultura y el Instituto de Cinematografía de las Artes Audiovisuales (ICAA) apoyan este proyecto, que Ramiro Acero espera que "vea la luz en mayo o junio del próximo año".

viernes, 1 de agosto de 2008

Redescubiertas escenas desaparecidas de Metropolis


(La Fundación Murnau ha publicado hace poco en su página web esta estupenda noticia. Aquí me limito a reproducir el Comunicado de Prensa de la Fundación, que yo mismo he traducido del inglés (excusatio non petita, accusatio manifesta). A su vez me permito incluir dos pequeñas posdatas, espero que igual de interesantes)

Miembros del Museo del Cine Pablo C. Ducros Hicken (Buenos Aires), han descubierto escenas desaparecidas que hasta ahora habían sido consideradas perdidas.

La primera restauración de la película empezó en los 60’s en los Archivos de Cine Nacionales de la República Democrática de Alemania. Después vino la restauración, siguiendo criterios críticos, del Film Museum de Munich, dirigida por Enno Patalas en los 80`s. Y por último la restauración digital dirigida por Martin Koerber bajo el manto de la Fundación Murnau en el año 2001. Esta última restauración se basó en los materiales del Film Museum de Munich y en materiales del Bundesarchiv-Filmarchiv, además de completarse con materiales de Deutscher Kinematheksverbund (la Asociación de Filmotecas de Alemania). Además, para esta restauración, el mismo Enno Patalas desarrolló un estudio del filme en colaboración con la Universidad de Berlín, lo que permitió mostrar la película colocando los fragmentos existentes en su relación primera y completar las lagunas con fotos fijas. Gracias a todo este dispositivo, los fragmentos que no había sido posible encontrar tras décadas de búsqueda en archivos de todo el mundo, se conocieron, aun someramente. Estos planos nos dejan entrever lo que está desaparecido -la reducida figura de Georgy, el hombre llamado Slim, Josaphat, el viaje en coche a través de Metropolis, el delirio de Freders respecto a Slim a quien cambia en un apocalipsis. Con el descubrimiento en Buenos Aires estas escenas volverán finalmente a la vida. Incluso si la calidad de las imágenes está en una situación deplorable, gracias al material argentino el sueño de la totalidad de Metropolis se hará por fin realidad.

De acuerdo con Anke Wilkening, restauradora de la Fundación Murnau “lo incomprensible será ahora inteligible, las a veces raras relaciones de los personajes entre ellos ahora tendrán sentido” La restauración tocará por fin a su fin.

Helmut Poßmann, director de la Fundación Murnau opina que: “Este sensacional descubrimiento sitúa a la Fundación Murnau en una posición que posibilita la restauración definitiva del filme. Y esto hará que nos podamos acercar lo más posible a la obra maestra de Fritz lang como nunca antes se ha podido hacer, y además, podremos mostra esta obra al público”

P.D. 1: En el foro de Criterion hace poco hubo un relativo revuelo porque alguien dejó caer que había encontrado en un pueblo de Seattle una copia de 4 Devils, la película de Murnau sobre el circo. Al final parece que fue un bluff, una broma de mal gusto. Pero nos ha reintroducido a muchos el gusanillo en el cuerpo sobre esta obra de Murnau (de la que sólo nos han llegado unas fotos), producida por la Fox, auténtica superproductora, lo que hace más difícil de creer el que no nos haya llegado ni una sola copia. Son muchos los que creen que esta película aparecerá algún día… aunque tenga que ser en un pueblo perdido de Seattle.

P.D. 2: Parece extraño que hayan aparecido las escenas perdidas de Metropolis en Argentina, aunque a los españoles no nos debería resultar tan raro. Muchas son las películas españolas que creíamos desaparecidas y que han aparecido en ese país. Y es que en Argentina es sabido que, a pesar de tener una industria propia fuerte, se vio mucho cine español en la primera mitad del siglo XX. La consejera de cultura del Gobierno de Galicia, Ánxela Burgallo, viajó hace unos años a Argentina para comenzar una campaña de búsqueda de material audiovisual sobre Galicia. Y sin ir más lejos, la última pista que se tiene sobre “La traviesa molinera” de Harry D’Abbadie D’Arrats es que se proyectó en la Cinemateca Argentina en la década de los 50. Así que algo habrá que hacer en Argentina al respecto…