domingo, 22 de junio de 2014

El hombre oculto


El hombre oculto 
(Alfonso Ungría, 1970)

Siempre se ha insinuado que el cine español es un cine de grandes directores que no han hecho grandes películas, lo que nos lleva a la noción del cineasta isla, el cineasta hecho a sí mismo, sin apenas influencia ni repercusión. Pero la noción de 'cineasta-isla' ha sido eficazmente desmontada por los film studies recientes. Nadie viene de la nada, y además, la noción de 'autor' hay cuestionarla siempre. 

Alfonso Ungría es uno de esos cineastas ocultos, malditos, escondidos, clandestinos, invisibles, que no se sabe de dónde salieron. Uno de esos cineastas legendarios porque es imposible ver sus películas, porque han sido desterrados de los manuales: no se analiza ninguna película suya en la Antología crítica del cine español y sólo se le cita en un pie de página de La nueva memoria como autor de Soldados, y como autor de La conquista de Albania en la Historia del cine español de Cátedra. 

Sin embargo, son las películas que hizo en los setenta las que sitúan a este director como uno de los más interesantes de ese cine español raro o independiente o marginal donde uno cree que hay que rastrear las propuestas que más y mejor interpelan al espectador de hoy. Alfonso Ungría no sólo es la prueba de que existió cine underground en Madrid (con nombres como Augusto Martínez Torres, Álvaro del Amo o Emilio Martínez Lázaro, que colaboraban en todos los rodajes creando un grupo afín y cooperativo), sino de que ese cine underground dio películas de gran calado. El hombre oculto, su primer largometraje, lo demuestra. Una película (hecha el mismo año que Contactos) kafkiana, opresiva, difícil, con una metáfora política obvia pero donde el acento se pone en la forma, el grano, el encuadre rígido, la interpretación discordante. Una propuesta rara en el contexto del cine español de los setenta (incluso del underground) más interesado en mostrar la alienación de la clase media que el sinsentido de la historia, pero una propuesta coherente en la trayectoria del director (que mantendría el mismo tono en sus dos largometrajes siguientes, también invisibles, Tirarse al monte y Gulliver).

Sólo falta añadir la misma frase de siempre: ojalá este director reciba el homenaje que se merece, que básicamente consiste en que sus películas se puedan ver, alguna vez, con normalidad.

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