Oliveira cumple cien años y todas las filmotecas del mundo lo celebran. Supongo que en el mes de diciembre lloverán monográficos sobre su obra y que se emitirá alguna película por televisión (y si en este país nos tomásemos en serio la cultura publicaríamos las conversaciones que tuvo con Antoine de Baecque). Me parece justo, justísimo. Siempre y cuando estas iniciativas sirvan para acercar su obra al público.
Hay que redescubrir a Oliveira porque es un director moderno, radical,necesario. Es undirector extraordinariamente actual. Y no por el obvio hecho de que a día de hoy sigue realizando películas (y por ende, dándonos lecciones: como la claridad compositiva de "Belle Toujours"). Es extraordinariamente actual porque una parte importantísima de su obra se sitúa de lleno en las precoupaciones del cine contemporáneo.
Cuando se piensa en Oliveira, la imagen que llega es la de sus películas estáticas, teatrales, el de los personajes recitando de forma monocorde sus diálogos mirando al vacío. Es lógico, porque es la parte de su obra más cercana a nosotros (la que se sigue estrenando en salas) y porque es la que le abrió las puertas del prestigio y del respeto de la intelligentsia cinéfila.
Sin embargo, al principio de su carrera, sus películas apostaban por otras búsquedas: ahí están títulos como "El pintor y la ciudad", "El pan", "La caza" o "Acto de primavera". Películas que se arraigan directamente en la tradición oral, en las sabidurias ancestrales, en un "vivir popular" que diría Machado. Son estas películas las que creo que se sitúan de lleno en las preocupaciones de hoy: el cuestionamiento del concepto ficción. A la vez que las primeras películas de Ermanno Olmi, Oliveira nos enseña que el único propósito digno que puede tener un cineasta es el de transmitir un poco de verdad, sean cuales sean sus recursos (aunque paradojicamente, esos recursos sean sacados de la más pura realidad). Y aquí radica la increible modernidad de Oliveira (y no hace falta ser malos y comparar "La caza" de Oliveira con la de Saura). Y aquí radica su principal enseñanza: ser totalmente libres sin perder de vista nunca la tierra, porque sólo de la tierra podrá brotar algo parecido a la verdad, o sea, a la belleza.
P.D.: Y no hay que olvidar que Oliveira también ha tocado la negación de su propia obra, ese rasgo tan moderno. En 1982 realizó "Visita ou Memoria e Confissoes", con guión de Agustina Bessa-Luis, largometraje de 75 minutos y rodado en 35mm, sobre los recuerdos que le traía su casona familiar. Esta película permanece inédita por voluntad de Oliveira, quien no permitirá su proyección hasta después de su muerte. La razón es el carácter confesional y autobiográfico. Es una película con la que Manoel de Oliveira saldaba cuentas con su propia historia. No en vano, tenía entonces 71 años, y seguramente empezaba a mirar hacia atrás sin ira. Porque la modernidad, como dijo Baudelaire, no tiene que estar reñida con mirar hacia atrás.
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