miércoles, 27 de abril de 2011

El camino de Santiago

El camino de Santiago (Una iluminación cinematográfica)

Publicado originalmente en Contrapicado

En las comidas familiares siempre se ha comentado que la última vez que papá y mamá fueron al cine vieron Lo que el viento se llevó (Gone with the Wind, Victor Fleming, 1939) y que la Cuca, mi hermana mayor, que me saca cinco años, era un bebé al que dejaron al cuidado de la abuela. En esas mismas comidas también se contaba que cuando yo era pequeño le pedía a mi padre cada día si me podía quedar con él a ver la película que echaban en la tele. Y mi padre siempre me contestaba que sí, porque sabía que me iba a dormir con la película apenas comenzada y que mi sueño no se iba a ver alterado. El cine siempre fue algo ajeno a mí y a mi familia, y sólo hace un par de años supe que mi padre había esgrimido en su juventud (con la misma edad que tengo yo ahora) una cámara, pero como tantas otras cosas, esta es una historia de la que no ha querido recordar ni un detalle.

Yo llegué al cine porque quería ser poeta. Con catorce años escribía versos malísimos, con unas rimas enternecedoras, como sólo puede ser enternecedor un niño feo y repeinado. Y para convertirme en poeta, en vez de leer versos, decidí leer biografías de poetas (supongo que más que poeta quería ser maldito, mujeriego o cleptómano, algo que justificase mi malestar ante el mundo y ante mi cuerpo). Y así, leyendo una biografía de Lorca encontré el nombre de Luis Buñuel.

Hemos de tener en cuenta que cuando mi generación era adolescente la televisión todavía no era el cubo de basura que es ahora. Y existía una cosa que se llamaba Cine-club, en La 2, donde se hacían ciclos temáticos, dedicados a esos directores que es imposible no amar. Y mientras leía la biografía de Lorca el Cine-club emitió uno de esos ciclos dedicados a Buñuel. Decidí verlo con un aire un poco inocente y lo que vi me quemó los ojos. No sólo empecé a ver cine, sino que empecé a grabar cintas de VHS para devorar una y otra vez las películas que me entusiasmaban, que, en aquella época, eran casi todas las que me hacían olvidarme de mí mismo durante un rato.

No recuerdo cuántas películas de Buñuel vi en ese ciclo, pero sí que vi escenas que me impactaron y cuyo recuerdo no consigo independizar del entusiasmo que sentí. Especialmente la escena de La vía láctea (La voie lactée, 1969) en la que Pierre Clementi vestido de ángel enfanga en un charco sus inmaculados pies. En esa película aprendí que se podía romper la lógica narrativa, el espacio-tiempo. En esa película aprendí que se puede blasfemar en nombre de algo más sagrado que la religión. En esa película aprendí que detrás de cada plano hay una mirada. Y gracias a esa película, empecé a amar al cine como vehículo de pasión, de conocimiento y de identidad.

1 comentario:

werther dijo...

Como eres Luís, sigues enterneciéndome con tus historias.
A ver si nos vemos pronto.

Salud
Werther