Si dejamos de ser románticos por un momento, y de imaginar el mundo como una gran biblioteca de Babel, donde están todos los libros escritos en la historia en sus anaqueles, veremos con claridad que nuestra memoria tiene perforaciones a los lados, y una velocidad de veinticuatro fotogramas por segundo.
Este blog pretende ser una puerta abierta a esa memoria, y hablar de restauraciones, hallazgos, archivos. Uno cree que es un deber moral preservar toda la memoria visual posible, dejándose en ello el aliento, como hicieron algunos iluminados a los que debemos el placer y la educación sentimental que nos ha hecho crecer. El más importante de ellos, Henri Langlois, lo explicó con palabras certeras.
“Cuando sólo subsisten diez, cien o incluso mil películas de 10.000, debemos hablar de escándalo y de que nada se ha salvado. Con frecuencia se citan principios selectivos o de un falso culturalismo para encubrir la indiferencia o la pereza. Hay que intentar conservarlo todo, sin discriminaciones, sin pretender juzgar a ser el «aficionado de los clásicos». En definitiva nosotros no somos Dios, no tenemos derecho a creer en nuestra infabilidad. Existe el arte y existe el documento y nuestro deber es conservarlo. Por otra parte, hay muchas películas que inicialmente son calificadas como mediocres y que con el tiempo llegan a alcanzar el calificativo de extraordinarias. En definitiva, el único que tiene derecho a juzgar una obra es el tiempo”.
Esta página habla de tiempo. Y de memoria. Y de unos trozos de celuloide que, de repente, nos dejan entrever que en los días que no conocimos, también hubo movimiento.
1 comentario:
Hoy he pensado que los sitios por los que fue pasando la Cinemateca debían de ser como las cabezas de caucho de las pelis de Meliès (se hinchaban, se deshinchaban...) En realidad era la cámara de Meliès, o el taca-taca de Chomón, que se acercaba y que se alejaba. O si no, también, las salas de la Cinemateca podían ser como la Luna: menguante, creciente, desaparecida (nueva)... Y una vez al mes, llena.
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