Esta semana los periódicos han traído la noticia de la muerte de Pedro Masó. En las necrológicas se escribían conceptos como “memoria de nuestro cine”, “hombre de cine total”. Y es verdad, pese a quien le pese. A mí no me gusta especialmente el cine de Pedro Masó, pero producir más de ochenta películas con éxito de público es todo un logro en este país.
Lo interesante es que, siguiendo la estela de Pedro Masó, se puede contar la historia del cine español, quizá la historia menos interesante, pero la más real. Aquélla que va desde un cine de comedia posibilista, cristiano y de buena fe (“Operación Plus Ultra”, “La gran familia” y sus secuelas, “Sor Citroen”) un destape de refilón de tetilla (“La coquito”, “Las adolescentes”) hasta llegar al reciclaje en la televisión, con series que se pretendían de qualité (“Brigada Central”). Y si a esto añadimos que empezó como botones en los estudios Chamartín de los cuarenta (donde Sáenz de Heredía o Rafael Gil jugaban a ser unos Cecil B. de Mille lo más castizos posible) y que con veinte años ya era ayudante de producción en las películas de esos grandes directores, su carrera empieza a tener un interés enorme.
Es por eso que me duele que Pedro Masó haya muerto sin escribir un libro de memorias, en el que explicase la intrahistoria del cine español de aquellos años. Supongo que no se le ocurrió, porque si hubiera sido así, lo habría hecho. No en vano, leo en una necrológica que se sentía olvidado, a pesar del Goya de Honor en 1986. O sea, si a este hombre de ego tan sobrado, alguien le hubiese pedido unas memorias, hoy las tendríamos, y con ellas, tendríamos un testimonio insustituible.
Y es que todo el mundo sabe las grandes historias del cine español, los títulos de las películas, incluso los problemas con la censura. Pero nadie sabe las pequeñas miserias, los sobornos a los censores, los regalos llevados en mano a los despachos ministeriales. Y eso también es historia, además historia válida, que nos ayudaría a ver que en el fondo, nada ha cambiado tanto.
En otra necrológica, en La Vanguardia, leo que Masó estaba “dotado de una memoria indescriptible, que le hacía trufar la conversación con datos exactos de presupuestos, años de producción, recaudaciones...”, lo cual, me hace lamentar más la falta de su testimonio escrito.
Siempre se ha dicho que en España no se escriben libros de memorias, con lo cual no estoy muy de acuerdo, por cierto (recuerden ustedes los nombres de Terenci Moix, Carlos Barral o Juan Goytisolo, por citar tres que, además, consiguieron escapar a esa tendencia exculpatoria gracias a una gran honestidad consigo mismos). Pero en el mundo del cine esto es dolorosamente cierto.
Hay pocos, y entre los pocos que hay, algunos tan horribles como el de Juan Antonio Bardem, y otros sin más pretensión que mostrar lo importante que es quien las escribe, como las “Aventuras y desventuras de Eduardo García Maroto”. Las dos mejores que he leído son las “Memorias del Tío Jess” de Jesús Franco (donde sí que cuenta las miserias y las dificultades que se encontraba uno para hacer cine, amén de narrarnos cómo eran los antros y los saraos donde se juntaba la creme del cine español) y “Conversaciones con Fernán Gómez” de Enrique Brasó.
Son pocas (me habré dejado más de una sin mencionar, pero aun así, seguirán siendo pocas). El cine español y nosotros que lo quisimos tanto, las necesita. Cada vez queda menos gente que nos pueda contar el cine español de los cincuenta y sesenta, desde dentro. Pero queda gente. Si yo pudiese, me dedicaría a ir puerta por puerta rogando memorias. Hablo de gente como Florentino Soria, Julio Diamante o Miguel Picazo. O Pere Portabella. O Pérez Giner (de quien ha salido una biografía hace poco, pero más dedicada a ensalzarlo que a contar lo que Pérez Giner vivió).
Noto cómo me sale el lado paternalista así que me voy a permitir decir que el cine español no se puede permitir el lujo de que gente como Pedro Masó mueran sin escribir sus memorias. Pero luego pienso que son tantos los lujos que el cine español no se puede permitir y se permite, que da igual. Como siempre.
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