El tesoro escondido de Menéndez Pidal
Rosa María Echevarría
(ABC 21-12-2003)
Gonzalo Menéndez Pidal, hijo del eximio políglota, atesora un archivo increíble, perfectamente organizado, en el que se reúne una colección inaudita de alrededor de mil películas, registros sonoros, antiguas máquinas de fotos y todo tipo de artilugios.
En San Rafael, subiendo hacia el Puerto de los Leones, Gonzalo Menéndez-Pidal tiene su maravilloso universo entretejido en la fascinación de la infancia. Con sus 92 espléndidos años rebosantes de sentido del humor, paseando con su chaqueta austríaca y sus pantalones de pana, nos muestra cada rincón, cada tesoro, mientras se ríe de su sombra y de la nuestra al mismo tiempo. Por todas partes aparecen fotos de intelectuales ilustres en versión doméstica, es decir, en la proyección más humana de la vida, obtenidas por él mismo.
Atesora un archivo increíble, perfectamente organizado, en el que se reúne una colección de alrededor de mil películas, registros sonoros, antiguas máquinas de fotos y todo tipo de artilugios. Desde la cámara Kodak modelo 96 de 1891 con la que en 1900 su padre dejaba constancia gráfica de sus investigaciones, al recibo de «La fonográfica madrileña» por la compra de un fonógrafo que, en 1906, adquirió don Ramón para registrar canciones tradicionales en sus cilindros de cera. «Para fotografiar documentos, mi padre utilizaba, a modo de fotocopias, una cámara de 18 x 24 cm con chasis para rollos de papel. Como le acompañaba en muchos viajes, desde que fuí muy pequeño me aficioné a la fotografía. Mi madre recordaba que le escribía diciendo: Esa foto la «enfocé»».
Y junto a un precioso anuncio metálico del Ministerio de Instrucción Pública colocado sobre una puerta que corresponde a la «Escuela Nacional de Niños» y el rótulo de una calle dedicada a a don Ramón Menéndez-Pidal, se puede leer con letra infantil a la entrada de un pequeño laboratorio fotográfico: «Cierren la puerta que se escapa la oscuridad», una antigua obra maestra de una de sus nietas.
Opina don Gonzalo que en su vida han sido las mujeres las que han tenido plenitud de poderes. «Quienes han mandado en mí han sido mi abuela, mi madre, mi mujer, mi hija, mi nieta y ahora mi biznieta Ana de ocho años que es una niña tirana». Su madre, María Goiri -que según cuenta, tiene una calle en Algorta-, ha sido un personaje extraordinario. Los académicos aseguran que Ramón Menéndez-Pidal pudo llegar a ese nivel gracias a tenerla a ella a su lado. ¿Cómo era en la intimidad? «Yo la consideraba muy normal, pero con el tiempo me fui dando cuenta de que era excepcional. Ella era la que le proporcionaba todo a mi padre, porque leía en inglés, alemán, italiano, latín... Leía continuamente y siempre tomaba notas que mandaba a personas lejanas a las que sabía que les interesaba ese tema».
En sus estudios fue su madre la que ocupó un papel determinante. «No sólo se ocupaba de las letras, comenta, sino también de las matemáticas que para mí fueron fundamentales. Con mi padre la relación era muy normal y no creo que me haya castigado nunca». A veces le acompañaba en sus viajes de trabajo. «Recuerdo aquellos trayectos a caballo por Asturias preparando trabajos de lingüistica, de pueblo en pueblo, hablando con la gente, recogiendo canciones. Eso sí que lo he heredado, porque a mi mujer le sorprendía, por ejemplo, mi capacidad de entenderme en los Alpes con los campesinos».
En la Institución Libre de Enseñanza, la corporación de antiguos alumnos organizó una exposición con las fotografías de don Gonzalo, que después se publicó con el título: «El pequeño mundo en que me tocó vivir» y donde existe constancia gráfica de divertidas historias. «Aquí está una foto de Zubiri, manifiesta con regocijo. Cuando se la hice, no le gustó, pero después en un banco publicaron dos tomos con sus obras y él pidió que fuera esa foto, pero yo me opuse por esa razón. Así que fuimos al banco, donde Muñoz Rojas había organizado el encuentro. Coincidí con Zubiri en el antedespacho y pensé: ¡Ahora verás lo que vas a pasar! Total que empezamos a hablar y a hablar dando rodeos, pero hasta que él no me la pidió expresamente, no se la di».
En otra foto aparecen en el aeropuerto de Barajas en el año 72, su mujer, Elisa, junto a Neruda, Luis Rosales y Luis Felipe Vivanco. «Neruda pasó por Madrid y los que habían sido sus amiguetes organizaron un encuentro en la sala de tránsito, pero la policía no nos dejó entrar. Cuando mostré el pasaporte, uno me dijo: «¡Ah! ¿Estuvo en los años 30 en el Instituto de Soria?». Le contesté que sí, espantado... «Usted me examinó y me dijo: Literatura sabes muy poco, pero como sabes historia, te apruebo». Así que nos permitió pasar a todos y pude hacer esas fotos».
Don Gonzalo es el propietario de auténticas joyas. Tiene tres horas de imagen y sonido de Alberti, de Baroja y de muchos otros personajes y nos muestra fotos de su mujer Elisa, que fue compañera de clase, tan joven y tan bella en el año 34 y de su abuela Amalia Goiri.
Su cuñado Miguel Catalán es el que le hizo despertar un apasionado interés por la física, ya que él era un científico de primer nivel en el campo internacional, dedicado a la física atómica. «Esa foto de la pared es un cráter de la luna que lleva su nombre, muestra con orgullo. Además de su enorme simpatía tenía el don de saber explicar la estructura del átomo a un niño de tres años. Y en esta otra foto aparece en el 32 con Albert Einstein y con Pieter Zeeman».
Cuando acabó el bachillerato, por razones burocráticas don Gonzalo no pudo ingresar en la universidad. «Así que mis padres me metieron en un tren y me mandaron a Alemania. Yo no sabía decir ni una palabra y acabé en una granja de Baviera. Tenía 17 años y mi trabajo consistía en preparar el pienso de las vacas, pero cuando fui a estudiar a Münich, cada vez que abría la boca, se escandalizaban. ¡Eso no se dice! Y es que yo hablaba como las vacas».
Después estudió en Madrid Filosofía y Letras y en la guerra civil vivió de cerca en los dos bandos aquel trágico baile de la muerte mientras las cenizas cubrían el horizonte de sus 25 años. Justo en el 36 se había casado con Elisa. «Fuimos novios dos años antes y nos casamos entonces. Habíamos sido compañeros de clase en la Universidad. Durante la guerra la familia estuvo también partida, recuerda. Mi madre, primero en Segovia y luego en Salamanca, y mi padre salió por Cádiz a Cuba y a EE.UU. Después estuve de profesor en Institutos de Soria y de Madrid y trabajé en el extranjero, en Canadá, EE. UU. y en muchos sitios, hasta en Argelia».
Considera fascinante la experiencia de la enseñanza, porque según dice, «he aprendido mucho de mis alumnos. Conservo recuerdos maravillosos y lo mismo les sucede a ellos». También ha vivido momentos entrañables en la Academia de la Historia en la que ingresó en el 55 y donde se encontraban personajes tan diferentes como un Gómez Moreno o un Julio Caro Baroja. «Julio Caro era increíble. Estábamos en una sesión y me decía: «Mira, de todos los que estamos aquí, el más vivo es el fraile». Se refería a un retrato de Goya que es impresionante. Luego nos íbamos a su casa en Alfonso XII y de vez en cuando se le oía murmurar y contaba cosas divertidísimas. En Vera del Bidasoa había un acordeonista que tocaba en las fiestas. Al volver de una de ellas, le preguntó: «¿Qué tal ha resultado este año?», «Pues ya ve, nos hemos divertido un 32 por ciento menos». Y ahora veo en los periódicos al acordeonista unas 500 veces al día».
También posee una foto de Trotsky-¡no somos nada!- trabajando en una película en Hollywood de extra en 1916, observando con cierto escepticismo a Clara Kimbal Young que junta las manos arrobada mirando hacia lo alto. «Los propios comunistas le perseguían, comenta y en Hollywood hizo dos o tres películas».
En la pared aparece el cartel de una película de Geraldine Chaplin, «Los ojos vendados», donde don Gonzalo iba a interpretar el heroico papel de fusilado. «Estuvo aquí Geraldine, explica, porque me trajo películas inéditas de su padre y me convenció para que lo hiciera. Me habían confeccionado incluso un chaleco especial, pero al final no tuve tiempo».
Sin embargo, el mayor orgullo de don Gonzalo es una placa de plata en la que le nombran «Gabarrero de honor» del municipio de El Espinar. «Los gabarreros son los que arrastran los troncos de árboles y estoy entusiasmado con este título». Después nos enseña un cuadro colgado, una vanguardista composición geométrica de puntos y rayas. «Es bonito, ¿verdad?. Era un papel que utilizaba para ver si funcionaban los bolígrafos». Ahora el sol se abre camino entre la dimensión de las nieblas, proyectando la figura de este muchacho de 92 años que ha sabido sembrar la vida con las luces prodigiosas de la sabiduría y del humor.
Después del excelente libro que acaba de publicar «Hacia una nueva imagen del mundo», don Gonzalo tiene nuevos proyectos. «Se va a editar enseguida un libro pequeñito que es más divertido que los otros, donde cuento muchas anécdotas pero que son trascendentes para la historia del mundo, ya que aquí hablan lo que no hablaban en público. Tiene el nombre de «Papeles perdidos». Se cuenta, por ejemplo, como el general Martínez Campos libró a Baroja de la muerte y tengo todo esto registrado en cintas».
1 comentario:
bem, que continuas.
(e deixo-te a morada do descomprometidíssimo blog de uma amiga; é de madrid, claro; viveu em lisboa e gosta de uns certos cinemas: http://lapor-la-la.blogspot.com/).
c.sal
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