martes, 2 de septiembre de 2008

Fotógrafo de Hitler, amante de Leni


(Y seguimos con el fascinante mundo de los negativos hallados. Hoy en El País, aparece un artículo maravilloso sobre Hans Ertl, fotógrafo que me era totalmente desconocido pero con cuya vida se puede construir una novela increíble o un documental fleuve. Transcribo el artículo, mientras me pongo manos a la obra para sacar más datos de su vida)

Imágenes inéditas de Hans Ertl, operador de Riefenstahl, del rodaje de 'Olympia'

Su hija custodia en Bolivia la memoria de un aventurero marcado por el nazismo

ALFONSO DANIELS - La Paz - 02/09/2008

En el humilde barrio de casas bajas de Cupini, al sur de La Paz (Bolivia), en una construcción de techo negro y estilo alemán se atesora un tesoro nazi. En una caja de zapatos. Un puñado de fotografías inéditas del rodaje de Olympia, obra maestra sobre los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936l.

En el humilde barrio de casas bajas de Cupini, al sur de La Paz (Bolivia), en una construcción de techo negro y estilo alemán se atesora un tesoro nazi. En una caja de zapatos. Un puñado de fotografías inéditas del rodaje de Olympia, obra maestra sobre los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, e imágenes sepultadas por la memoria de la campaña de Rommel durante la Segunda Guerra Mundial se apilan junto a recuerdos de una asombrosa y novelesca vida. Pertenecen (los recuerdos y la vida) a Hans Ertl, fotógrafo de los nazis, camarógrafo y amante de la cineasta Leni Riefenstahl.

La guardiana del tesoro es su hija Beatriz, de 63 años. Muestra con mimo a un apuesto y sonriente Ertl en la época de Olympia, la gran obra de Riefenstahl. Tras la cámara, sumergido en el agua, colocando un ingenio en un bote de remo, filmando a un nadador justo antes de lanzarse a la piscina...



Las imágenes ofrecen pistas únicas sobre la filmación de una de las películas de deporte más famosas de la historia, clave además en la estrategia nazi de mostrar al mundo el resurgimiento alemán. De un modo muy similar, no puede evitar pensar el que las contempla, al de los Juegos de Pekín 2008.

"Por supuesto que Leni fue el gran amor de su vida, mi padre lo contó hasta sus últimos días", explica Beatriz, fruto del matrimonio de Ertl con una secretaria a la que conoció precisamente en aquellos Juegos Olímpicos de 1936. Tuvieron cuatro hijas. "Mantuvimos contacto con ella hasta que falleció, en 2003".


Beatriz habla con orgullo de cómo su padre fue el primero en colocar cámaras en los esquís de los saltadores en los Juegos de Garmisch-Partenkirchen o de su papel como fotógrafo oficial del mariscal de campo Erwin Rommel, el Zorro del Desierto, en la campaña del norte de África. "Mi padre conocía bien a Hitler desde los Juegos, pero consideraba a Rommel su verdadero jefe, sentía verdadera adoración por él", señala Beatriz, quien sobrevive gracias a una pequeña pensión del Gobierno alemán. Rommel condecoró a Ertl con la Cruz de Hierro por su pericia al inventar cámaras sumergibles y capaces de tomar fotos desde el aire.


Pese a tan estrechas relaciones con los nazis, Ertl mantuvo hasta su muerte que su conexión con el partido era únicamente a través del trabajo. Al terminar la Segunda Guerra Mundial, los aliados arrestaron brevemente a Ertl y a los pocos años decidió abandonar Alemania porque tenía problemas para conseguir trabajo. Emigró con su familia a Chile y en 1953 hizo la travesía de Brasil a Bolivia subido a un antiguo camión militar, y siguiendo los pasos de nazis famosos como Klaus Barbie, sanguinario miembro clave de la Gestapo en Francia y vinculado al narcotráfico y al golpismo en el exilio boliviano. Muchos recuerdan aún hoy cómo se sentaba plácidamente en las cafeterías de La Paz tomando café rodeado de guardaespaldas.


Un día, a Ertl le dejó tirado un camión en San Ignacio de Velasco, a unos 500 kilómetros al sureste de La Paz. En la localidad vecina de Concepción, mientras esperaba que fuese reparado, Ertl vio una estancia en mitad de la selva llamada La Dolorida, en plena Chiquitanía. Estaba en venta. La compró y construyó una casa donde vivió el resto de su vida.

"Cuando llegamos, el pasto tenía dos metros de alto. Había víboras y tarántulas en todos lados. Vivía con 15 perros y muchísimos gatos, engordaba el ganado con marihuana", explica Beatriz con una sonrisa. Ertl fotografió las misiones jesuitas de la zona y tomó las últimas imágenes conocidas de los indios sirionó, extinguidos.


En sus viajes iba acompañado siempre de su hija predilecta, Monika. "Con nosotras nunca fue realmente un padre, era muy injusto y nunca escuchaba, sólo la quería a ella. Mi abuela jamás le mostró cariño: mi padre fue el producto de una violación, nos enteramos de esto mucho más tarde y eso le marcó para siempre", continúa Beatriz. Irónicamente, Monika se unió a la guerrilla izquierdista del Ejército de Liberación Nacional (ELN) en 1969 tras fracasar en su matrimonio. Dos años después, haciéndose pasar por una joven australiana que quería conseguir un visado para un grupo de música folclórico, asesinó a quemarropa a Toto Quintanilla, cónsul boliviano en Hamburgo y uno de los responsables de torturar y cortar la mano del Che en Sierra Madre. En su huida, dejó atrás una peluca, su bolso, su pistola Colt Cobra 38 y un trozo de papel donde se leía "Victoria o muerte. ELN". Así se convirtió en la mujer más buscada de Latinoamérica.

"Mi padre la botó de la estancia porque quería convertirla en campo de entrenamiento para guerrilleros. Nunca más la vimos. Escribía una vez al año a toda la familia diciendo que no nos preocupásemos, que estaba bien", recuerda Beatriz. Cuatro años después la mataron los militares en un tiroteo en las calles de La Paz. "Más de 34 años después de su muerte todavía no nos han devuelto su cadáver".

Para entonces, Ertl hacía años que había dejado de filmar, desilusionado por una mala experiencia. Mientras transportaba en su tractor los rollos de su última película, el puente que cruzaba se derrumbó y perdió todo. Por si fuera poco, fue demandado por la productora alemana que le contrató. Regaló todas sus cámaras y se dedicó a mantener su ganado.


Hasta comienzos de los años noventa, cuando recibió durante una recepción con la reina Sofía una cámara. "Mi padre estaba muy contento con el regalo, pero se lo dio a mi hija Saskia". Ertl pasó los últimos años de su vida prácticamente solo, aislado del mundo. Falleció en 2000, a la edad de 92 años, en su granja de La Dolorida, convertida ahora en pequeño museo. Nunca quiso volver a Alemania pero pidió a su otra hija, Heidi, que le enviara una bolsa con tierra alemana para esparcirla sobre su tumba. Fue lo último que le rogó antes de que la relación entre ambos se rompiera, sólo 10 días antes de su muerte. Hoy yace enterrado en un pequeño montículo en una esquina de su antigua estancia. Vestido con el viejo uniforme militar alemán color verde oliva que llevó puesto hasta sus últimos días.

sábado, 30 de agosto de 2008

La maleta perdida ( y VII)

por Juan Villoro

(Fotos inéditas de Gerda Taro, encontradas en la maleta)

El 6 de junio del 2007, Richard Whelan fue enterrado en Amawalk, 48 kilómetros al norte de Nueva York, junto al fotógrafo al que dedicó una monumental biografía, Robert Capa.

La cineasta Trisha Ziff le había enviado un correo electrónico que no llegó a leer, informándole de la recuperación de los negativos de Capa, Seymour y Taro. Ese capítulo ya no sería escrito por el hombre que narró la historia de los creadores de la agencia Magnum. En un texto del 2005, Whelan se refirió al trabajo detectivesco que significó distinguir las fotos de Taro de las de Capa. En su primer viaje a España, en 1936, ella usó una cámara Rolleiflex y él, una Leica. Sin embargo, en 1937 intercambiaron cámaras y firmaron su trabajo en equipo, pues tenían un sentido colectivo de la autoría.

RECUPERAR A GERDA TARO
Ahora, más de 3.000 negativos se someten a una revisión equivalente. El resultado contribuirá, sobre todo, a perfilar la trayectoria de Gerda Taro, quien empezó a fotografiar tres años antes de morir. Al contrario de Tina Modotti, que abandonó la cámara por la militancia, Taro pasó del proselitismo antifascista al compromiso de la mirada. La Guerra Civil española fue su tema absoluto. En este sentido, los negativos hallados en México representan un alto porcentaje de su producción.

Capa nunca se recuperó de la pérdida de Gerda, la mujer que lo ayudó a forjarse un nombre y un estilo. Enemigo de la posesión, no tuvo casa y pasó de una amante a otra sin encontrar un destino definido. En su última misión, en Vietnam, hablaba de casarse pero nadie le creía.

Una anécdota (probablemente apócrifa, como tantas de él) resume las búsquedas sin recompensa de Robert Capa. Una de sus amantes, Elaine Fisher, a quien él llamaba Pinky por su pelo rosáceo, le dijo que anhelaba la paz para volver a usar el perfume Arpège. Durante la liberación de París, Capa encontró un frasco de esa marca en una perfumería vandalizada. Se lo llevó a Pinky. En recompensa, ella se desnudó y pidió que la bañara con Arpège de la cabeza a los pies. Capa cumplió con pulso de fotógrafo de guerra, sólo para descubrir que el frasco de promoción ¡contenía agua! El hombre que subordinó el peligro al placer obtuvo como trofeo un arriesgado frasco de agua.

El 16 de mayo de 1954, John Morris, director de Magnum, se enteró de que Werner Bischof, uno de sus mejores fotógrafos, había muerto en Perú. Ese mismo día le dijeron que había muerto otro fotógrafo. La información venía de Hanoi. Pensó que se trataba de una confusión, pero confirmó que su amigo Capa había muerto, al pisar una mina.

El Gobierno norteamericano propuso enterrarlo en Arlington, donde reposan los caídos en la guerra, pero la madre de Capa dijo que su hijo era un pacifista. John Morris, que es cuáquero, dispuso que fuera enterrado en el cementerio de su comunidad en Amawalk.

El legado de Capa fue custodiado por su hermano Cornell. Para ello, fundó en 1974 el Instituto de Fotografía Contemporánea. A los 90 años, ya muy enfermo de párkinson, tuvo en sus manos los negativos recuperados en México. Philip Block, responsable de la escuela del ICP, almorzaba con Cornell una vez a la semana y recuerda con emoción el momento en que le entregó los negativos. El "santo grial de la fotografía", como lo describió Brian Wallis, director del ICP, había vuelto a casa.

Cornell murió el 23 de mayo del 2008 y fue enterrado junto a Robert Capa y Richard Whelan.

UN DESENLACE FELIZ
Las cajas encontradas en México muestran el trabajo de tres jóvenes fotógrafos que maduraron con la urgencia de la historia. Para Trisha Ziff, pieza esencial en la recuperación de los negativos, la aventura plantea preguntas decisivas: ¿Quién es el dueño de una imagen? ¿Quien la toma, el sujeto retratado, quien la revela, quien la contempla, quien la preserva, quien la da a conocer? "Todas las personas involucradas en la recuperación merecen crédito --comenta Block--: Emerico Weisz, que clasificó los negativos, el desconocido que los llevó a Vichy; el general Aguilar, que permitió que llegaran a México; Ben Tarver, que los tuvo en custodia; Trisha Ziff, que los llevó al ICP. Ha sido un viaje largo y misterioso, pero con un espléndido desenlace".

MÉXICO Y LA REPÚBLICA
Salvo México y la Unión Soviética, ningún país prestó ayuda al Gobierno de la República. En diciembre de 1936, Isidro Fabela, representante mexicano en la Conferencia Interamericana de Consolidación de la Paz, se opuso a la pasividad de Francia e Inglaterra: "Bajo los términos de 'No Intervención', determinadas naciones de Europa están realizando una política cuyo resultado inmediato ha sido el de restar a las autoridades constitucionales de España una ayuda a la que tienen derecho".

La persona que llevó la maleta al consulado mexicano en Vichy no se equivocó. En ese tiempo precario, la España democrática se llamaba México.

En el último número del periódico publicado a bordo del Sinaia, Pedro Garfias reflexionó sobre el país que dejaba y el que pronto vería: Qué hilo tan fino, qué delgado junco/ --de acero fiel--, nos une y nos separa,/ con España presente en el recuerdo,/ con México presente en la esperanza.

En el mismo viaje iba David Seymour. Muchas cosas se perdieron en la guerra, pero no la memoria.

Robert Capa no atrapó el perfume codiciado: atrapó la esencia del tiempo.

viernes, 29 de agosto de 2008

La maleta perdida (VI)

por Juan Villoro

Cornell Capa creó el Centro Internacional de Fotografía (ICP) para preservar la obra de su hermano Robert y de los fotógrafos que entienden la imagen como un acto de conciencia. Robert Capa sabía que el valor de su trabajo no estaba en las impresiones sino en los negativos. En compañía de Cartier-Bresson y David Seymour creó la agencia Magnum para preservar sus materiales y administrar sus derechos. No fue fácil crear un archivo con negativos cedidos a revistas de distintos países, en tiempos en los que había que cambiar de dirección y ciudadanía.

Como los demás judíos de Europa, Capa se sometió a las tribulaciones del éxodo. En octubre de 1939, después de su segunda cobertura de la Guerra Civil, se trasladó a Estados Unidos. Muchas veces, la conservación de su trabajo dependió del favor ajeno. Gerda Taro fue esencial para organizar los envíos de España; en París, el estupendo laboratorista Emerico Weisz se ocupaba del resto.

Las cajas encontradas en México tienen su caligrafía. Fue él quien ordenó los rollos. ¿Los entregó después al general Aguilar? No hay indicios al respecto. El laboratorista no estuvo en Vichy. Por otra parte, si sabía que el diplomático mexicano tenía ese acervo, ¿por qué no trató de recuperarlo? Weisz se exilió en México y no le hubiera sido difícil localizar a una figura pública. Por más deseo de negación que tuviera ante el pasado, resulta difícil que olvidara algo tan importante.

FOTÓGRAFOS EN MÉXICO
Seymour viajó a México en 1939, a bordo del Sinaia, que trasladaba refugiados españoles, y Capa en 1940, como reportero de Life. Seguramente los negativos llegaron a México después: Aguilar terminó su misión en Francia en 1942.

De acuerdo con lo que Cornell Capa dijo a la revista francesa Photo en 1979, su hermano le confió los negativos a un amigo que, en camino a Marsella, se los dio a un excombatiente de la Guerra Civil y este los depositó en un consulado latinoamericano.

¿Quiénes fueron esos mensajeros? Solo sabemos que se trataba de gente comprometida con la República. Más que salvar fotos de artistas, se buscaba preservar un testimonio. Hablé al respecto con Philip Block, director de la escuela del ICP. En su opinión, "las cajas forman parte de un proyecto específico: es un material organizado en torno a la Guerra Civil; tal vez pensaban hacer un libro; de lo contrario, no se explica que se buscara salvar esas fotos y no otras".

Los más de 3.000 negativos ofrecían un nítido discurso: "Las fotografías fueron tomadas en un tiempo en que el conflicto era puro, en que se podía tomar partido sin reticencias --comenta Block-- y en que las fotografías podían marcar una diferencia". Nada más lógico que el invisible mensajero buscara el apoyo de México, que brindó irrestricta ayuda a la República.

Los negativos viajaron como un mensaje hacia el futuro. Cornell Capa nunca perdió interés en recuperarlos, pero en 1975, el asunto adquirió mayor urgencia. Philip Knightley había publicado The First Casualty, donde denuncia que la más célebre fotografía de Capa (Muerte de un miliciano) es un montaje.

El 16 de marzo de 1979 ocurrió una recuperación que no modificó gran cosa lo que se sabía. El Gobierno sueco entregó a la cancillería española una maleta que contenía documentos de Juan Negrín, presidente del Consejo de Ministros de la República, y 97 fotografías de Capa, cuatro de ellas desconocidas. La maleta había estado en el consulado sueco en Vichy, donde el poder y la historia fueron provisionales. La maleta que fue a dar a México tardó más tiempo en ser hallada. Los especialistas esperaban encontrar ahí la secuencia de La muerte de un miliciano. ¿Qué tan importante era el tema?

¿ACTUADA O REAL?
Para reflejar el drama de la Guerra Civil, Capa y Taro publicaron el libro Death in the Making, donde la aniquilación es captada en el momento en que sucede; el fotógrafo no llega después: es uno con su tema. Célebres fotos de guerra han sido actuadas (las banderas en el techo del Reichstag o en Iwo Jima fueron colocadas varias veces en beneficio de las cámaras). Eso no disminuye su impacto. Sin embargo, para Capa la proximidad era una moral. El testigo estaba dispuesto a morir sin más armamento que su cámara.

Las cajas encontradas en México tienen distintos colores: rojo, crema y verde. La roja contiene numerosas imágenes atribuibles a Capa. Cuando Ben Tarver analizó los rollos, advirtió que algunos estaban en casilleros que no les correspondían y volvió a ponerlos en su sitio, siguiendo el orden asignado por Weisz. Pero el segundo rollo no estaba ahí. ¿Se trataba de la secuencia del miliciano? ¿Por qué desapareció?

"Tal vez Capa le regaló los negativos a los impresores", comenta Block. Tarver ofrece una teoría que resume los avatares del fotoperiodismo: la fotografía del miliciano es a un tiempo falsa y verdadera. Su hipótesis es la siguiente: Capa pensaba en la forma de atrapar la acción en máxima cercanía y se dirigió a un descampado para ensayar tomas con el miliciano. Tenía la cámara lista cuando una bala perdida alcanzó a su objetivo. Solo eso explica la sincronía de los dos disparos, el del rifle enemigo y el de la cámara.

La muerte de un miliciano es el Rashomon de la fotografía. Acaso la clave esté en el rollo número 2, tan esquivo como el mensajero que llevó la maleta a Vichy.

jueves, 28 de agosto de 2008

La maleta perdida (V)

por Juan Villoro

Un curioso paralelismo marcó las vidas de Robert Capa y el general Francisco Aguilar González. Ambos fueron enamorados del riesgo, mostraron valentía en el frente de batalla, aprovecharon los pliegues de la fortuna para conquistar mujeres y acercarse a protagonistas de la historia. Seductores poco afectos a la veracidad, apostaron con dinero ajeno (Capa solía jugarse los ingresos de la agencia Magnum y Aguilar usaba sus prebendas diplomáticas para traficar en el mercado negro). Los dos se inventaron a sí mismos (el húngaro Endre Friedmann se convirtió en Capa y el muchacho surgido de las filas de Pancho Villa se transfiguró en el embajador que aprovechó la diplomacia como un disfraz).

Pero las semejanzas se detienen ahí. Capa redefinió la noción de fotoperiodismo y fue fiel a la más citada de sus convicciones ("si la foto falla, es que no estás suficientemente cerca"), hasta perder la vida en Vietnam, poco después de cumplir 40 años. Su legado atañe no solo a la estética sino a la moral: un demoledor alegato contra la guerra y sus desastres. Por el contrario, la trayectoria del general está en entredicho.

UNA HISTORIA TURBIA
Al menos en dos ocasiones fue cesado, una de ellas en Vichy, donde se encargó de evacuar a los republicanos españoles que Francia mantenía en campos de concentración. En esos días revueltos, el Gobierno de Vichy atendía en las habitaciones de los hoteles y los funcionarios dormían en los pasillos. De enero de 1941 a junio de 1942, Aguilar ayudó a miles de emigrantes; sin embargo, su conducta no fue tan intachable como la del célebre Gilberto Bosques, cónsul mexicano en Marsella.

Por principio de cuentas, Aguilar peleó con Indalecio Prieto, quien estaba a cargo de la Junta de Asilados Republicanos Españoles (JARE). La evacuación de españoles se acordaba entre la JARE y el Gobierno de México. Prieto deseaba controlar las principales tres fuentes de ingreso de los republicanos (el dinero que llegaba de Moscú, los fondos oficiales llevados a México y el apoyo del general Cárdenas). La falta de unidad del Gobierno de la República se reproducía en el exilio y Prieto trataba de unificar las decisiones con un estilo que a muchos parecía autoritario.

DE DIPLOMÁTICO A FINANCIERO
Aguilar decidió actuar de espaldas a la JARE. Necesitaba autonomía para moverse en tiempos de alto riesgo y quizá la usó en exceso. Eligió otro banco suizo para recibir el dinero de apoyo a los refugiados y, probablemente, administró los fondos en su beneficio.

En su expediente encontré una carta de 1946 en la que aparece como principal accionista del Banco de Inversiones, SA.

¿Cómo pudo un diplomático alcanzar el rango de financiero? Tal vez del mismo modo en que, 13 años antes, logró comprar un avión siendo agregado militar. Ante las denuncias contra Aguilar, la cancillería tomó el partido de Indalecio Prieto y retiró a su embajador. Por otra parte, la evolución de la guerra ya hacía inviable esa legación. En defensa de Aguilar, se puede decir que en todos sus comunicados apoyó la causa republicana y tramitó cerca de 3.000 salvoconductos. Pero las acusaciones más graves en su contra no derivan del enriquecimiento ilícito, sino de la posible agenda secreta que llevó en esos años.

UN SUPUESTO AGENTE SECRETO NAZI
En Los nazis en México, Juan Alberto Cedillo lo describe como agente del Eje que organizó un cártel de droga para mantener ocupado al Ejército norteamericano en su frontera durante la segunda guerra mundial. La principal fuente consultada por Cedillo es el documento OP-16-F-7 de la Inteligencia Naval norteamericana, que he podido revisar.

De acuerdo con este informe, la fortuna del general provenía de su trabajo secreto para Japón y Alemania. ¿En verdad fue un villano digno de la saga de James Bond, capaz de organizar ejércitos, desviar submarinos e inundar Texas de heroína? Sabemos que también los espías escriben ficción y no pocas veces piden auxilio a la imaginación para justificar su sueldo.

El historiador Ricardo Pérez Monfort, experto en el nazismo en México, no ha encontrado rastros de Aguilar en los archivos nacionales vinculados con el tema. Otro historiador, Alejandro Rosas, juzga imposible que hubiera armado un cártel con efectivos del Ejército mexicano al margen del Gobierno. Por otra parte, el documento de Inteligencia Naval incurre en errores: afirma que el general estuvo destacado en Alemania (dato esencial para confirmar su cercanía con el Reich), pero lo cierto es que no vivió ahí. Le pregunté a Cedillo si consideraba que Aguilar podía haber sido nacionalsocialista por convicción. "En modo alguno; lo veo como un oportunista que aprovechaba la ocasión propicia sin pensar en la ideología", me respondió.
El libro de Cedillo abrió un importante fleco de la historia que debe ser contrastado con otras fuentes.

Hasta ahora, el único dato adicional en apoyo de esta versión es que Aguilar es mencionado en una lista de posibles colaboracionistas nazis de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) del Ejército de Estados Unidos, creada durante la segunda guerra mundial y predecesora de la CIA.

El cuarto oscuro de la historia aún no revela la auténtica naturaleza del hombre que llevó a México los negativos de Robert Capa, Gerda Taro y David Seymour.

miércoles, 27 de agosto de 2008

La maleta perdida (IV)

por Juan Villoro

El 15 de octubre de 1958, la cancillería mexicana recibió acusaciones contra su embajador en Argentina, el general Francisco Aguilar González. Ya otras veces el diplomático había sido sospechoso de contrabando. Durante sus estancias en Washington como agregado militar, en 1930 y 1933, fue acusado de vender whisky y amasar una fortuna que le permitió comprar su propio avión. Cuando estuvo al frente de la legación ante el Gobierno de Vichy, de 1941 a 1942, una funcionaria de la embajada mexicana en Ginebra lo acusó de tráfico de divisas.

LENCERÍA Y UN DUELO FRUSTRADO
El general sobrevivió a esos y otros alegatos hasta fines de 1958, cuando un avión llegó a Buenos Aires con un cargamento a su nombre que contenía suficiente lencería para vestir a varias generaciones de bailarinas del Teatro Colón. La ropa interior solicitada por el general costaba tres millones y medio de pesos argentinos.

Agustín Rodríguez Araya, diputado del Partido Radical del Pueblo, conocido por sus estentóreas arengas en el Congreso, habló de una conjura diplomática para debilitar a Argentina. Muy en su estilo, Aguilar retó a duelo al diputado argentino. Rodríguez Araya aceptó y propuso que se batieran en Uruguay, donde los duelos aún eran legales. El lance no llegó a realizarse porque el general hizo su desafío cuando ya se encontraba en México y no tenía el menor deseo de regresar a Argentina.

El general no volvió a ocupar cargos en el servicio exterior. Se instaló en la calle de Amsterdam de la ciudad de México, sitio idóneo para él. Esa calle tiene un trazo circular porque era la pista del antiguo hipódromo. Nada más lógico que ahí viviera un jinete que dependió de la fortuna.

LA CABALLERÍA DE MADERO
El general hizo buena parte de su carrera a caballo. La revolución mexicana lo sorprendió a los 17 años, en el Colegio Militar. Siguiendo a su hermano mayor, Jesús, se unió a las tropas de Francisco I. Madero, que era su primo, y luego luchó bajo los mandos de Venustiano Carranza y Pancho Villa.

Aguilar nació en Hidalgo pero creció en Monterrey, donde aprendió a montar. Aunque todos sus hermanos eran buenos jinetes, Francisco tenía algo especial. Si es posible definir a un hombre en clave ecuestre, del jinete Aguilar se puede decir que no se atenía al código olímpico y prefería suertes de su invención. Ben Tarver me mostró una película donde Aguilar salta montando de espaldas. Otro de sus lances consistía en bajar del caballo justo antes del salto y volver a subir un instante después.

Gracias a sus méritos de caballista, Aguilar salvó la vida en combate, destacó entre los agregados militares en Suecia (en 1922 se inscribió a la selecta escuela de equitación de Strömsholm), se hizo cargo del 25° regimiento de caballería en 1928 y cautivó al emperador Hiro Hito al domar un corcel reacio.

"Hay evidencia física del aprecio que le tenía el emperador --me dijo Benjamin Tarver--: en cada visita al palacio regalaban una taza de porcelana y la familia conserva ocho".

Las pasiones del jinete se extendieron a la aviación. Compró su primer aeroplano en sus tiempos de agregado en Washington. Sus buenas relaciones con los militares locales le permitieron guardarlo en un hangar de la Fuerza Aérea.

Cuando fue trasladado a Japón llevó allá su propia nave. La guerra civil española lo sorprendió en Tokio. El poeta Jorge Carrera Andrade, que fue cónsul de Ecuador en Yokohama, recuerda en su autobiografía que Aguilar despegó de Tokio en su aeroplano "para defender a la República", pero se estrelló a los pocos kilómetros. Esta escena, mezcla de Saint-Exupéry y Cantinflas, resume una vida de riesgo y picaresca.

UN NACIONALISTA
Por los informes conservados en la cancillería mexicana, queda claro que Aguilar era un hombre de inteligencia alerta, enorme curiosidad por otros países, habilidad para los idiomas y para relacionarse con gente muy diversa. Sus opiniones son de corte nacionalista, anticlericales, muy cercanas a la política del general Lázaro Cárdenas, quien lo encumbró en la diplomacia (él lo nombró jefe de misión de Japón y luego extendió sus facultades a China). Cuando Cárdenas expropió el petróleo, Aguilar puso en venta la casa que tenía en México y donó la mitad al fondo para indemnizar a las compañías petroleras.

Cuando se entrevistó con el ministro Pierre Laval, Aguilar fue de los primeros diplomáticos en criticar las simpatías nazis del Gobierno de Vichy. Al terminar su encomienda ahí, se detuvo en Nueva York. El 24 de julio de 1942 declaró a The New York Times que la República española había perdido la guerra por falta de apoyo de los gobiernos democráticos: "Ésa fue la primera derrota de los aliados y la primera victoria que prestigió al Eje". Al regresar a México escribió una serie de artículos en la revista Hoy donde hizo pública una propuesta que había formulado en despachos confidenciales a la cancillería: México debía apoyar a los aliados con medio millón de efectivos. Amigo de la ocasión propicia, el jinete Aguilar sirvió con eficacia a un Gobierno nacionalista, pero también se dejó tentar por la fortuna. ¿Qué apuestas determinaron su carrera? Retirado en la calle de Amsterdam, antigua pista del hipódromo, podía recordar las metas que atravesó. Y quizá, también, los misterios que le permitieron alcanzarlas