jueves, 28 de agosto de 2008

La maleta perdida (V)

por Juan Villoro

Un curioso paralelismo marcó las vidas de Robert Capa y el general Francisco Aguilar González. Ambos fueron enamorados del riesgo, mostraron valentía en el frente de batalla, aprovecharon los pliegues de la fortuna para conquistar mujeres y acercarse a protagonistas de la historia. Seductores poco afectos a la veracidad, apostaron con dinero ajeno (Capa solía jugarse los ingresos de la agencia Magnum y Aguilar usaba sus prebendas diplomáticas para traficar en el mercado negro). Los dos se inventaron a sí mismos (el húngaro Endre Friedmann se convirtió en Capa y el muchacho surgido de las filas de Pancho Villa se transfiguró en el embajador que aprovechó la diplomacia como un disfraz).

Pero las semejanzas se detienen ahí. Capa redefinió la noción de fotoperiodismo y fue fiel a la más citada de sus convicciones ("si la foto falla, es que no estás suficientemente cerca"), hasta perder la vida en Vietnam, poco después de cumplir 40 años. Su legado atañe no solo a la estética sino a la moral: un demoledor alegato contra la guerra y sus desastres. Por el contrario, la trayectoria del general está en entredicho.

UNA HISTORIA TURBIA
Al menos en dos ocasiones fue cesado, una de ellas en Vichy, donde se encargó de evacuar a los republicanos españoles que Francia mantenía en campos de concentración. En esos días revueltos, el Gobierno de Vichy atendía en las habitaciones de los hoteles y los funcionarios dormían en los pasillos. De enero de 1941 a junio de 1942, Aguilar ayudó a miles de emigrantes; sin embargo, su conducta no fue tan intachable como la del célebre Gilberto Bosques, cónsul mexicano en Marsella.

Por principio de cuentas, Aguilar peleó con Indalecio Prieto, quien estaba a cargo de la Junta de Asilados Republicanos Españoles (JARE). La evacuación de españoles se acordaba entre la JARE y el Gobierno de México. Prieto deseaba controlar las principales tres fuentes de ingreso de los republicanos (el dinero que llegaba de Moscú, los fondos oficiales llevados a México y el apoyo del general Cárdenas). La falta de unidad del Gobierno de la República se reproducía en el exilio y Prieto trataba de unificar las decisiones con un estilo que a muchos parecía autoritario.

DE DIPLOMÁTICO A FINANCIERO
Aguilar decidió actuar de espaldas a la JARE. Necesitaba autonomía para moverse en tiempos de alto riesgo y quizá la usó en exceso. Eligió otro banco suizo para recibir el dinero de apoyo a los refugiados y, probablemente, administró los fondos en su beneficio.

En su expediente encontré una carta de 1946 en la que aparece como principal accionista del Banco de Inversiones, SA.

¿Cómo pudo un diplomático alcanzar el rango de financiero? Tal vez del mismo modo en que, 13 años antes, logró comprar un avión siendo agregado militar. Ante las denuncias contra Aguilar, la cancillería tomó el partido de Indalecio Prieto y retiró a su embajador. Por otra parte, la evolución de la guerra ya hacía inviable esa legación. En defensa de Aguilar, se puede decir que en todos sus comunicados apoyó la causa republicana y tramitó cerca de 3.000 salvoconductos. Pero las acusaciones más graves en su contra no derivan del enriquecimiento ilícito, sino de la posible agenda secreta que llevó en esos años.

UN SUPUESTO AGENTE SECRETO NAZI
En Los nazis en México, Juan Alberto Cedillo lo describe como agente del Eje que organizó un cártel de droga para mantener ocupado al Ejército norteamericano en su frontera durante la segunda guerra mundial. La principal fuente consultada por Cedillo es el documento OP-16-F-7 de la Inteligencia Naval norteamericana, que he podido revisar.

De acuerdo con este informe, la fortuna del general provenía de su trabajo secreto para Japón y Alemania. ¿En verdad fue un villano digno de la saga de James Bond, capaz de organizar ejércitos, desviar submarinos e inundar Texas de heroína? Sabemos que también los espías escriben ficción y no pocas veces piden auxilio a la imaginación para justificar su sueldo.

El historiador Ricardo Pérez Monfort, experto en el nazismo en México, no ha encontrado rastros de Aguilar en los archivos nacionales vinculados con el tema. Otro historiador, Alejandro Rosas, juzga imposible que hubiera armado un cártel con efectivos del Ejército mexicano al margen del Gobierno. Por otra parte, el documento de Inteligencia Naval incurre en errores: afirma que el general estuvo destacado en Alemania (dato esencial para confirmar su cercanía con el Reich), pero lo cierto es que no vivió ahí. Le pregunté a Cedillo si consideraba que Aguilar podía haber sido nacionalsocialista por convicción. "En modo alguno; lo veo como un oportunista que aprovechaba la ocasión propicia sin pensar en la ideología", me respondió.
El libro de Cedillo abrió un importante fleco de la historia que debe ser contrastado con otras fuentes.

Hasta ahora, el único dato adicional en apoyo de esta versión es que Aguilar es mencionado en una lista de posibles colaboracionistas nazis de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) del Ejército de Estados Unidos, creada durante la segunda guerra mundial y predecesora de la CIA.

El cuarto oscuro de la historia aún no revela la auténtica naturaleza del hombre que llevó a México los negativos de Robert Capa, Gerda Taro y David Seymour.

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