por Juan Villoro
Cornell Capa creó el Centro Internacional de Fotografía (ICP) para preservar la obra de su hermano Robert y de los fotógrafos que entienden la imagen como un acto de conciencia. Robert Capa sabía que el valor de su trabajo no estaba en las impresiones sino en los negativos. En compañía de Cartier-Bresson y David Seymour creó la agencia Magnum para preservar sus materiales y administrar sus derechos. No fue fácil crear un archivo con negativos cedidos a revistas de distintos países, en tiempos en los que había que cambiar de dirección y ciudadanía.
Como los demás judíos de Europa, Capa se sometió a las tribulaciones del éxodo. En octubre de 1939, después de su segunda cobertura de la Guerra Civil, se trasladó a Estados Unidos. Muchas veces, la conservación de su trabajo dependió del favor ajeno. Gerda Taro fue esencial para organizar los envíos de España; en París, el estupendo laboratorista Emerico Weisz se ocupaba del resto.
Las cajas encontradas en México tienen su caligrafía. Fue él quien ordenó los rollos. ¿Los entregó después al general Aguilar? No hay indicios al respecto. El laboratorista no estuvo en Vichy. Por otra parte, si sabía que el diplomático mexicano tenía ese acervo, ¿por qué no trató de recuperarlo? Weisz se exilió en México y no le hubiera sido difícil localizar a una figura pública. Por más deseo de negación que tuviera ante el pasado, resulta difícil que olvidara algo tan importante.
FOTÓGRAFOS EN MÉXICO
Seymour viajó a México en 1939, a bordo del Sinaia, que trasladaba refugiados españoles, y Capa en 1940, como reportero de Life. Seguramente los negativos llegaron a México después: Aguilar terminó su misión en Francia en 1942.
De acuerdo con lo que Cornell Capa dijo a la revista francesa Photo en 1979, su hermano le confió los negativos a un amigo que, en camino a Marsella, se los dio a un excombatiente de la Guerra Civil y este los depositó en un consulado latinoamericano.
¿Quiénes fueron esos mensajeros? Solo sabemos que se trataba de gente comprometida con la República. Más que salvar fotos de artistas, se buscaba preservar un testimonio. Hablé al respecto con Philip Block, director de la escuela del ICP. En su opinión, "las cajas forman parte de un proyecto específico: es un material organizado en torno a la Guerra Civil; tal vez pensaban hacer un libro; de lo contrario, no se explica que se buscara salvar esas fotos y no otras".
Los más de 3.000 negativos ofrecían un nítido discurso: "Las fotografías fueron tomadas en un tiempo en que el conflicto era puro, en que se podía tomar partido sin reticencias --comenta Block-- y en que las fotografías podían marcar una diferencia". Nada más lógico que el invisible mensajero buscara el apoyo de México, que brindó irrestricta ayuda a la República.
Los negativos viajaron como un mensaje hacia el futuro. Cornell Capa nunca perdió interés en recuperarlos, pero en 1975, el asunto adquirió mayor urgencia. Philip Knightley había publicado The First Casualty, donde denuncia que la más célebre fotografía de Capa (Muerte de un miliciano) es un montaje.
El 16 de marzo de 1979 ocurrió una recuperación que no modificó gran cosa lo que se sabía. El Gobierno sueco entregó a la cancillería española una maleta que contenía documentos de Juan Negrín, presidente del Consejo de Ministros de la República, y 97 fotografías de Capa, cuatro de ellas desconocidas. La maleta había estado en el consulado sueco en Vichy, donde el poder y la historia fueron provisionales. La maleta que fue a dar a México tardó más tiempo en ser hallada. Los especialistas esperaban encontrar ahí la secuencia de La muerte de un miliciano. ¿Qué tan importante era el tema?
¿ACTUADA O REAL?
Para reflejar el drama de la Guerra Civil, Capa y Taro publicaron el libro Death in the Making, donde la aniquilación es captada en el momento en que sucede; el fotógrafo no llega después: es uno con su tema. Célebres fotos de guerra han sido actuadas (las banderas en el techo del Reichstag o en Iwo Jima fueron colocadas varias veces en beneficio de las cámaras). Eso no disminuye su impacto. Sin embargo, para Capa la proximidad era una moral. El testigo estaba dispuesto a morir sin más armamento que su cámara.
Las cajas encontradas en México tienen distintos colores: rojo, crema y verde. La roja contiene numerosas imágenes atribuibles a Capa. Cuando Ben Tarver analizó los rollos, advirtió que algunos estaban en casilleros que no les correspondían y volvió a ponerlos en su sitio, siguiendo el orden asignado por Weisz. Pero el segundo rollo no estaba ahí. ¿Se trataba de la secuencia del miliciano? ¿Por qué desapareció?
"Tal vez Capa le regaló los negativos a los impresores", comenta Block. Tarver ofrece una teoría que resume los avatares del fotoperiodismo: la fotografía del miliciano es a un tiempo falsa y verdadera. Su hipótesis es la siguiente: Capa pensaba en la forma de atrapar la acción en máxima cercanía y se dirigió a un descampado para ensayar tomas con el miliciano. Tenía la cámara lista cuando una bala perdida alcanzó a su objetivo. Solo eso explica la sincronía de los dos disparos, el del rifle enemigo y el de la cámara.
La muerte de un miliciano es el Rashomon de la fotografía. Acaso la clave esté en el rollo número 2, tan esquivo como el mensajero que llevó la maleta a Vichy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario