por Juan Villoro
El 15 de octubre de 1958, la cancillería mexicana recibió acusaciones contra su embajador en Argentina, el general Francisco Aguilar González. Ya otras veces el diplomático había sido sospechoso de contrabando. Durante sus estancias en Washington como agregado militar, en 1930 y 1933, fue acusado de vender whisky y amasar una fortuna que le permitió comprar su propio avión. Cuando estuvo al frente de la legación ante el Gobierno de Vichy, de 1941 a 1942, una funcionaria de la embajada mexicana en Ginebra lo acusó de tráfico de divisas.
LENCERÍA Y UN DUELO FRUSTRADO
El general sobrevivió a esos y otros alegatos hasta fines de 1958, cuando un avión llegó a Buenos Aires con un cargamento a su nombre que contenía suficiente lencería para vestir a varias generaciones de bailarinas del Teatro Colón. La ropa interior solicitada por el general costaba tres millones y medio de pesos argentinos.
Agustín Rodríguez Araya, diputado del Partido Radical del Pueblo, conocido por sus estentóreas arengas en el Congreso, habló de una conjura diplomática para debilitar a Argentina. Muy en su estilo, Aguilar retó a duelo al diputado argentino. Rodríguez Araya aceptó y propuso que se batieran en Uruguay, donde los duelos aún eran legales. El lance no llegó a realizarse porque el general hizo su desafío cuando ya se encontraba en México y no tenía el menor deseo de regresar a Argentina.
El general no volvió a ocupar cargos en el servicio exterior. Se instaló en la calle de Amsterdam de la ciudad de México, sitio idóneo para él. Esa calle tiene un trazo circular porque era la pista del antiguo hipódromo. Nada más lógico que ahí viviera un jinete que dependió de la fortuna.
LA CABALLERÍA DE MADERO
El general hizo buena parte de su carrera a caballo. La revolución mexicana lo sorprendió a los 17 años, en el Colegio Militar. Siguiendo a su hermano mayor, Jesús, se unió a las tropas de Francisco I. Madero, que era su primo, y luego luchó bajo los mandos de Venustiano Carranza y Pancho Villa.
Aguilar nació en Hidalgo pero creció en Monterrey, donde aprendió a montar. Aunque todos sus hermanos eran buenos jinetes, Francisco tenía algo especial. Si es posible definir a un hombre en clave ecuestre, del jinete Aguilar se puede decir que no se atenía al código olímpico y prefería suertes de su invención. Ben Tarver me mostró una película donde Aguilar salta montando de espaldas. Otro de sus lances consistía en bajar del caballo justo antes del salto y volver a subir un instante después.
Gracias a sus méritos de caballista, Aguilar salvó la vida en combate, destacó entre los agregados militares en Suecia (en 1922 se inscribió a la selecta escuela de equitación de Strömsholm), se hizo cargo del 25° regimiento de caballería en 1928 y cautivó al emperador Hiro Hito al domar un corcel reacio.
"Hay evidencia física del aprecio que le tenía el emperador --me dijo Benjamin Tarver--: en cada visita al palacio regalaban una taza de porcelana y la familia conserva ocho".
Las pasiones del jinete se extendieron a la aviación. Compró su primer aeroplano en sus tiempos de agregado en Washington. Sus buenas relaciones con los militares locales le permitieron guardarlo en un hangar de la Fuerza Aérea.
Cuando fue trasladado a Japón llevó allá su propia nave. La guerra civil española lo sorprendió en Tokio. El poeta Jorge Carrera Andrade, que fue cónsul de Ecuador en Yokohama, recuerda en su autobiografía que Aguilar despegó de Tokio en su aeroplano "para defender a la República", pero se estrelló a los pocos kilómetros. Esta escena, mezcla de Saint-Exupéry y Cantinflas, resume una vida de riesgo y picaresca.
UN NACIONALISTA
Por los informes conservados en la cancillería mexicana, queda claro que Aguilar era un hombre de inteligencia alerta, enorme curiosidad por otros países, habilidad para los idiomas y para relacionarse con gente muy diversa. Sus opiniones son de corte nacionalista, anticlericales, muy cercanas a la política del general Lázaro Cárdenas, quien lo encumbró en la diplomacia (él lo nombró jefe de misión de Japón y luego extendió sus facultades a China). Cuando Cárdenas expropió el petróleo, Aguilar puso en venta la casa que tenía en México y donó la mitad al fondo para indemnizar a las compañías petroleras.
Cuando se entrevistó con el ministro Pierre Laval, Aguilar fue de los primeros diplomáticos en criticar las simpatías nazis del Gobierno de Vichy. Al terminar su encomienda ahí, se detuvo en Nueva York. El 24 de julio de 1942 declaró a The New York Times que la República española había perdido la guerra por falta de apoyo de los gobiernos democráticos: "Ésa fue la primera derrota de los aliados y la primera victoria que prestigió al Eje". Al regresar a México escribió una serie de artículos en la revista Hoy donde hizo pública una propuesta que había formulado en despachos confidenciales a la cancillería: México debía apoyar a los aliados con medio millón de efectivos. Amigo de la ocasión propicia, el jinete Aguilar sirvió con eficacia a un Gobierno nacionalista, pero también se dejó tentar por la fortuna. ¿Qué apuestas determinaron su carrera? Retirado en la calle de Amsterdam, antigua pista del hipódromo, podía recordar las metas que atravesó. Y quizá, también, los misterios que le permitieron alcanzarlas
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