por Juan Villoro
La cineasta Trisha Ziff conduce al escritor hasta Benjamin Tarver, que posee las fotos perdidas
En la tarde del 23 de enero del 2008 el viento sopló en Ciudad de México con la fuerza de los presagios: los árboles se agitaron y los capitalinos desviamos la vista a las lámparas. Segundos después quedamos sumidos en la oscuridad.
El viento apaga el DF como un pastel de cumpleaños. Ese miércoles tenía previsto ir a casa de Trisha Ziff, cineasta y comisaria de exposiciones inglesa, que vive en México desde hace más de una década. El motivo de la reunión era hablar con Benjamin Tarver, quien había conservado más de 3.000 negativos de la guerra civil española tomados por Robert Capa, Gerda Taro y David Chim Seymour. ¿Quién era esa persona? ¿Por qué no había dado a conocer antes el material?
Curiosamente, también la primera noticia de la guerra civil llegó a México en la oscuridad. El 18 de julio de 1936 el DF estaba en penumbra por una huelga de la compañía de luz. Setenta y dos años después las sombras no se debían al proselitismo sino al deterioro. Tuve que adivinar mi camino en el barrio de Coyoacán. Pasé junto a la Casa Azul de Frida Kahlo, convertida en un bloque violáceo, y al fortín de León Trotsky, donde la hiedra era avivada por el viento. Recordé que la primera encomienda de Robert Capa fue retratar a Trotsky en Copenhague. La Historia parecía reclamar una segunda oportunidad en Coyoacán: las calles se extendían como un vacilante cuarto oscuro.
Benjamin Tarver vive en México desde los años 70, dedicado a apoyar a equipos de rodaje norteamericanos. En 1992 recibió una extraña herencia: tres cajas con negativos de fotógrafos que no conocía. Su madre, casada con un militar, tenía una espléndida amiga, también casada con un militar. En ese ambiente de soldados corría un niño interesado en las fotos. Poco antes de morir, Graciela Aguilar, la amiga de la madre, recordó las aficiones de Ben y le dejó tres cajas con negativos.
LAS DOS PUNTAS DE LA HISTORIA
Los expertos en Robert Capa sabían que una legendaria maleta con invaluables testimonios de la guerra civil se había perdido. ¿Cómo se unieron las dos puntas de la historia?
En 1995 Tarver vio en Ciudad de México una exposición de fotografías de la guerra civil organizada por el Queen's College de Estados Unidos. Las imágenes le recordaron algo que había visto al revisar los negativos en su casa, a la luz de un foco color naranja.
Escribió al Queen's College para informar que tenía en su poder un material parecido y envió contactos impresos por él mismo. En respuesta, le pidieron los negativos para cerciorarse de qué se trataba. Tarver desconfió de esta solicitud, pero no abandonó el tema. Poco después entró en contacto con Sarah Lowe, comisaria de exposiciones que identificó un rostro en uno de los pocos negativos que no tenían tema de guerra. Se trataba de un insólito testigo de la contienda: Gerda Taro, fotógrafa alemana muerta en la guerra civil.
Lowe vinculó a Tarver con Irme Schaber, biógrafa de Taro, quien a su vez lo puso en contacto con Cornell Capa, fundador del Instituto de Fotografía Contemporánea y hermano del fotógrafo. La trama prosperó de un modo positivo y negativo a la vez: cada nueva misiva acrecentaba la importancia del material y la responsabilidad de qué hacer con él. Los especialistas se preguntaban por qué Tarver tenía los negativos y qué quería a cambio. Aunque él nunca pidió dinero, la correspondencia adquirió un filo legalista. El tema se prestaba para una fábula: un hombre encuentra un objeto prodigioso en el sitio menos esperado y con el tiempo se convierte en esclavo de ese objeto.
DESPEJAR MALENTENDIDOS
Tal vez si Irme Schaber o Richard Whelan hubieran ido a México a hablar con Tarver el asunto habría cobrado otro giro. Llama la atención que algo que les interesaba tanto no motivara un viaje capaz de despejar malentendidos.
Las pistas de esta historia tenían un antecedente al que se le prestó poca atención. En 1979 Cornell Capa fue entrevistado por la revista francesa Photo y dijo algo que solo ahora ha adquirido fuerza: "En 1940, ante el avance de las tropas alemanas, mi hermano le dio a un amigo una maleta llena de documentos y negativos. En el camino a Marsella, esa persona le confió la maleta a un antiguo combatiente de la guerra civil, que la escondió en los sótanos de un consulado latinoamericano. La historia se detiene aquí. La maleta nunca fue encontrada, a pesar de varias búsquedas. Sin embargo, aún es posible un milagro".
EL LABORATORISTA
Cornell Capa sabía de los negativos. Es posible que su hermano preguntara por ellos cuando estuvo en México, justo en 1940. Emerico Weisz, laboratorista de Capa, vivió muchos años en México, casado con la pintora Leonora Carrington, y David Seymour, socio de Capa en la agencia Magnum, llegó al país como fotorreportero a bordo del barco Sinaia, que trasladaba refugiados de la guerra civil. Quizá todos ellos buscaron la maleta perdida y renunciaron a encontrarla.
"Aún es posible un milagro", dijo Cornell Capa en 1979. Veintinueve años después los negativos habían vuelto a la luz. El 23 de enero iba a conocer a Benjamin Tarver. La casa de Trisha Ziff estaba sumida en la penumbra. Golpeé la puerta, tan fuerte como pude.
"Hay velas y whisky", dijo Trisha, con la felicidad de quien tiene algo bueno que ofrecer en tiempos de posguerra.
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