domingo, 17 de agosto de 2008

Latas de Pathé-Baby


Ayer vi en el canal 33 un reportaje (bastante malo, bastante encorsetado) sobre el cineasta amateur Agustí Fabra, natural de Terrasa.

Agustí era uno de esos niños ricos de Cataluña a los que en los años treinta un fervor nacionalista le llevó al Centre Excursionista, para hacer viajes y conocer su país, sus rincones, sus costumbres. En el Centre Excursionista coincidió con otros niños ricos como Delmiro del Caralt, Llobet-Gracia o Felip Sages. No sabemos quién fue el primero en tener la idea, pero todos ellos se compraron una cámara Pathé-Baby y empezaron a hacer películas amateurs, algunos de un experimentalismo radical, otros de un documentalismo a medio camino entre el testimonio y la etnografía. Su labor no se quedó ahí, sino que bajo el patrocino del Centre editaron entre los años 1932 y 1936 la revista Cinema Amateur, con consejos prácticos.

Agustí siguió a sus compañeros, guiándose por la última corriente, la del folklorismo, y se paseó con su cámara por los pueblos de Cataluña grabando las Fiestas Mayores, los bailes regionales y típicos, las vestimentas tradicionales. Su objetivo era establecer una enciclopedia visual del folklore catalán (una noción que me parece adelantadísima a su época, un objetivo merecedor del rescate continuador) pero el estallido de la Guerra Civil truncó su proyecto. Agustí Fabra escondió sus latas de películas en una pared tapiada (lo que nos recuerda a las fotos de Marín, a la maleta de Centelles, también gritos elocuentes de nuestra historia reciente) y sólo desempolvó su cámara para hacer películas domésticas.

En el programa se veían fragmentos de sus películas, pocos, porque la narración daba más importancia a los testimonios de una historiadora y del sobrino del cineasta que a la obra de Fabra. Pero aún así lo que se veía era de una riqueza increíble, enorme, de una plasticidad, de una consciencia (y por qué no, de una conciencia) soberbia. En los fragmentos se veía claramente la intención de hacer una obra, de crear un discurso, visualmente. O sea, pretendía mostrar las costumbres catalanas y además, darnos su interpretación de las mismas. Fascinante.

No sé donde estarán esas latas (espero sinceramente que no estén en el despacho del sobrino, como aparecían en el reportaje), aunque supongo que la Filmoteca de la Generalitat se haya hecho con ellas. Porque esas cintas deben verse, deben formar parte del patrimonio cultural catalán al que quisieron servir. Es su destino.

Esto me ha hecho pensar en la cantidad de jóvenes de la incipiente burguesía española de los años veinte que se compraron una cámara de 9'5mm y empezaron a hacer películas. De esas latas muchas habrán desaparecido, en rastrillos y cubos de basura, pero quien sabe cuántas paredes tapiadas hay todavía. A diferencia del cine doméstico, esas películas tenían un pensamiento anterior (y posterior, en el montaje) lo que las convertía en obras personales, no en grabaciones casuales. Hay que luchar por recuperar ese pasado en el que vernos reflejados, para entendernos. Agustí Fabra es un tipo especial, pero no es el único, ni seguramente el mejor. Es especial porque nos ha llegado.


2 comentarios:

El cefalópodo dijo...

Basta ya de post intelectuales y deléitanos con algo de sentimentalismo vulgar y facilón al más puro estilo sobremesa de Antena 3 o del tipo Miriam Díaz Aroca bailando salsa y merengue sin parar. Arriba Andorra!

Luna dijo...

Tengo una caja llena de esas latas en un armario. Eran de mi tío abuelo. Gracias por este homenaje :)