martes, 26 de agosto de 2008

La maleta perdida (III)

por Juan Villoro


Benjamin Tarver no quiso ser mencionado en el texto que publiqué en EL PERIÓDICO DE CATALUNYA, el 27 de enero del 2008. Sin embargo, poco después, su nombre fue citado en otros medios. Desde 1995 había estado en contacto con especialistas en Robert Capa, de modo que no era difícil rastrearlo.


Su deseo de rehuir los reflectores se reforzó con una noticia inesperada: la extraña reputación del general mexicano que llevó los negativos a México en los años 40. Tarver había recibido las cajas como un regalo de Graciela Aguilar, hija del general Francisco Javier Aguilar González. Graciela fue gran amiga de la madre de Tarver; era una tía de cariño, con la que no había lazos de parentesco. Ella sabía del interés de Ben por la imagen y le heredó los negativos.


EL EMBAJADOR

¿Por qué tenía Graciela Aguilar esos testimonios de la guerra civil? Su padre había sido embajador de México ante el Gobierno de Vichy y se hizo cargo de la evacuación de refugiados españoles. Según consta en el expediente 42-25-21 del Archivo Histórico de la Secretaría de Relaciones Exteriores, el 11 de agosto de 1942, al término de su comisión en Vichy, el general Aguilar pasó la aduana de Laredo, Texas, rumbo a México. Llevaba 20 bultos que, de acuerdo con la convención diplomática, no fueron revisados. ¿Los negativos estaban ahí?


Hasta aquí, el general aparece como héroe de la trama. Pero su vida tenía un costado oscuro. En octubre del 2007 comenzó a circular el libro Los nazis en México, de Juan Alberto Cedillo, donde Aguilar aparece como espía de Hitler, contrabandista y creador del primer cártel de droga en México. Cedillo estudió documentos desclasificados por la inteligencia naval norteamericana. Estos datos se prestaban para un titular de la prensa sensacionalista: El salvador de los negativos era negativo.


Sorprendido por estos informes, Benjamin Tarver reforzó su decisión de no hacer declaraciones. Le debía lealtad a la familia Aguilar y no podía opinar sobre denuncias que desconocía.


El 15 de febrero del 2008 aceptó verme sin grabadora ni libreta para tomar notas. Me citó en una cafetería frente a la embajada rusa. De nuevo el escenario fue emblemático. En los años 80, William Webster, director de la CIA, declaró que el espionaje tenía su principal sede en la Embajada Soviética de México. Aun sin esa declaración, la casona de postigos permanente cerrados suscita fantasías dignas de Drácula.


SALVACIÓN O DESPOJO

En voz baja y con frases pausadas, Tarver me contó que también él venía de una familia de militares. Su padre perteneció al Ejército norteamericano y pasó de una base a otra (Ben nació en Japón, en 1949). "Por convicción soy demócrata y espero que no se confirme que el general era antisemita", afirmó. Sería una amarga ironía que las fotos de tres artistas judíos fueran salvadas por un simpatizante del nazismo. Más que un acto de protección aquello significaría un despojo.


"Nunca oí que el general simpatizara con Hitler. Era un cardenista convencido y apoyaba a la República", agregó Tarver. En su opinión, no sería raro que el general hiciera negocios como tantos políticos de la época, pero no lo ve como criminal de guerra. Gestor eficaz y carismático, ocupó cargos en las embajadas de México ante Suecia, Italia, Estados Unidos, Japón, China, Francia (el Gobierno de Vichy), Portugal y Argentina. "No creo que tuviera una agenda política paralela: le interesaba la intriga por la intriga misma", sonrió Tarver.


Miembro del ejército revolucionario de Pancho Villa, Aguilar emerge como un aventurero que no se pierde conspiración alguna. "Cuando los villistas cayeron en desgracia, escapó a pie al sur de Estados Unidos; un hijo se le murió porque no pudo comprarle medicinas, pasó apuros muy grandes hasta que logró trabajar como taxista. Ya viejo, tenía una vitrina con condecoraciones; la que más orgullo le daba era su licencia de taxista, porque fue la que más esfuerzo le costó", explica Tarver.


Semanas después del encuentro frente a la embajada rusa, el custodio de los negativos aceptó recibirme en su casa. De manera apropiada, vive en avenida de la Revolución, en compañía de su mujer, varios gatos y un acuario. El tiempo se ha hecho cargo de la decoración: los inquilinos parecen haber vivido ahí desde siempre.

En un cuarto que da a la ruidosa avenida, está el armario donde Tarver guardó los negativos. Tuvo las cajas dentro de una bolsa del Seguro Social que aún conserva (sus libreros llenos de recuerdos informan que no es alguien que se deshaga con facilidad de las cosas).


EL ESPIONAJE

Tarver tenía preparada una sorpresa. Me mostró una película donde el general aparece en Madrid, durante o inmediatamente después de la guerra civil. Aguilar nunca estuvo destacado en España. ¿Qué hacía ante esos edificios devastados? Vimos tomas de un acorazado en un puerto ("no son imágenes turísticas; están pensadas para un informe político", dijo Ben). Aguilar aparecía con abrigo, sombrero borsalino, guantes negros. Ropas de agente doble en la guerra fría. "Los ejércitos viven espiándose unos a otros", escribió antes de cumplir 30 años, para justificar su cargo de agregado militar en Suecia.


La bolsa que contuvo las fotos reposaba sobre la cama. Mientras tanto, Aguilar sonreía en la pantalla. ¿Quién era el hombre que sacó de Europa los negativos de Robert Capa?

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